Kiosco Mundial, los cien años de una postal emblemática de Palma

La construcción llamó la atención por su privilegiada ubicación y también por su diseño y estética con planta octogonal irregular

Plaza de la Reina hacia 1915, con el kiosko de GasparBennazar.

Plaza de la Reina hacia 1915, con el kiosko de GasparBennazar. / ASIM

Desde finales del siglo XIX, en calles y plazas públicas afloró un nuevo tipo de construcciones: los kioscos, espacios habilitados para la venta de periódicos, refrescos y flores, fruto del cambio de gustos social y el surgimiento de nuevas necesidades. Inicialmente fueron construidos por particulares, previa concesión pública, como simples barracas casi improvisadas que gradualmente mejoraron sus prestancias. En ocasiones, su prosperidad motivó que se levantaran kioscos más ambiciosos, incluso de un valor arquitectónico notable. En Palma tuvimos ejemplos excelentes, como el diseñado por Gaspar Bennazar en un extremo del Born, cerca de la plaça de la Reina, como atestiguan fotografías de aquella época.

Sin embargo, hubo otro ejemplo más impactante por su gran tamaño, arquitectura, trascendencia social e impacto visual, cerca del diseñado por s’Arquitecte. Se trata del Mundial, monumental kiosco de planta y piso levantado en una de las esquinas de los Jardins de Joan Alcover, en la plaça de la Reina, en el cruce de las calles Conqueridor y Antoni Maura. También conocido como el Chiringuito, estuvo alojado en un punto estratégico de la ciudad: al principio del Born, frente a los desaparecidos Teatro Lírico y Café Alhambra (después Riskal), entre la frondosa arboleda de los Jardins, cercano a la Seu y la Almudaina y puerta de llegada para quienes se adentraban en la ciudad después de desembarcar en el Moll Vell.

El Mundial no solo llamaba la atención por su privilegiada ubicación. Su diseño, estética y funciones lo hacían destacar del entorno. Era una construcción aislada, construida en planta y piso, de planta octogonal irregular (más bien cuadrada, con puntas recortadas) y construido a base de hierro de forja, madera y cristaleras, dándole un aire híbrido entre templete, invernadero y pajarera gigante. Una llamativa galería acristalada, que le confería un carácter entre exótico y bucólico, de estética vinculada a un modernismo tardío pero estructura basada en la llamada arquitectura del hierro inaugurada con el Crystal Palace de Londres, levantado para la Exposición Universal de 1851 y gran influencia en la arquitectura civil posterior por el audaz uso de nuevos materiales (hierro y cristal, en detrimento del ladrillo), la concepción del espacio y la luminosidad.

El Munidal hacia 1925. A la izquierda kiosko de Gaspar Bennàzar

El Munidal hacia 1925. A la izquierda kiosko de Gaspar Bennàzar / Archivo

Kioscos precedentes

Los primeros kioscos en los actuales Jardins de Joan Alcover se remontan a finales del siglo XIX, coincidiendo con su proliferación por toda la ciudad y eran de modestas dimensiones. A principios del pasado siglo apareció una figura clave: Bernat Cortés Fuster, Bernat des Kiosco, quien en 1905 se hizo con la concesión de un humilde casetón de refrescos ubicado en los jardines y donde apenas cabía él mismo. El negocio prosperó, dado su buen hacer y estratégica ubicación, y en marzo de 1914 Cortés solicitó al Ayuntamiento autorización para construir un nuevo edificio, más grande y confortable.

En junio del mismo año abrió el nuevo kiosco, coincidiendo con la inauguración del nuevo ajardinado de la Glorieta (aún sin el monumento a Joan Alcover) y la Fiesta de la Flor, celebración entonces muy en boga y coincidente con la festividad del Corpus. La mejora fue sustancial: el edificio era mayor e incorporaba terraza exterior. Pero no fue definitivo: era de planta única y estéticamente seguía siendo un kiosco más. El negocio seguiría creciendo y en 1924 su propietario dio un paso más, tan arriesgado como audaz.

Construcción

En febrero de 1924, Cort recibía la solicitud para levantar otro kiosco en sustitución del anterior. Este incorporaba un piso superior y un diseño que no dejaría indiferente a nadie. Hubo protestas e incluso polémica por la concesión, al considerarse que el proyecto excedía las proporciones de un kiosco convencional, y también fue tildado como antiestético; pero fue aprobado. A mediados del mismo año el nuevo kiosco era una realidad: un imponente edificio con carácter propio, ahora bautizado como Mundial. Había nacido una de las postales más emblemáticas de la ciudad.

Pronto fue un concurrido punto de encuentro ciudadano. Mientras la planta baja y terraza exterior funcionaban como cafetería y era frecuentado por clientela local, el piso superior tuvo un uso distinto pero complementario: la Librería Internacional, espacio que funcionó como biblioteca, sala de lectura de prensa extranjera y punto de venta de libros en diferentes idiomas. Esto convirtió el Mundial en punto de encuentro habitual de la colonia extranjera residente en Palma y del incipiente turismo, entonces aún escaso, pero de mayor poder adquisitivo y alto nivel cultural. También fue punto de venta de entradas para actos culturales (conferencias, recitales poéticos, música clásica, etc.), impulsados por y para la colonia extranjera que allí se reunía.

Esta fórmula propició que el kiosco tuviese un perfil diferente e incluso distinguido, un plus políglota e internacional que lo diferenciaba del resto de cafés, frecuentado por caracteres tan variopintos como Santiago Rusiñol, Gabriel Alomar o Gregorio Crespo. Lo tenía todo para triunfar.

Vista elevada de Mundial desde Antonio Maura de 1930.

Vista elevada de Mundial desde Antonio Maura de 1930. / Bla

Sin embargo, no todo fue positivo y desde su inauguración diversas voces lo criticaron sin tregua. Fue tildado de “engendro desconocido en otras tierras”, “feo y de mal gusto” (Miquel Ferrà, Alanís), o “espolón” y “estorbo visual y material” (Llorenç Villalonga, Dhey). Pero el problema vino desde dentro: la costosa inversión realizada no supondría el beneficio esperado y Cortes solicitó al Ayuntamiento la rebaja del canon anual, por considerarlo excesivo. Pese a ser concedida inicialmente, luego fue repetidamente rechazada. Cortés buscó otras fuentes de ingresos y toda la fachada exterior fue invadida progresivamente por paneles publicitarios, perjudicando su valor estético inicial y afeando visualmente el entorno hasta darle una apariencia vulgar y decadente. Incluso en 1932 el propietario solicitó sustituir los toldos de lona exteriores por otros de uralita (lo que fue rechazado), lo cual indica que el valor estético inicial del Mundial ya carecía de importancia, si no se había perdido totalmente.

En 1933 Bernat Cortés traspasó la concesión por motivos de salud, muriendo al año siguiente. Los propietarios sucesivos duraron pocos años y no cambiaron la gestión del kiosco, que fue empeorando su aspecto. A principios de los años 40 el piso superior se puso en alquiler como local “apto para peluquería”, y aunque la librería sobrevivió perdió su esencia original, acabando por vender figurines de labores o maquinillas de afeitar Raselet. La culminación de esta deriva fue la instalación en el techo de un enorme rótulo del Salón de Baile Ibiza (luego Jartan’s Club), abierto en Santa Catalina a finales de 1947.

Demolición

Su degradación dio la razón implícitamente a sus críticos, y el estado de opinión general fue cada vez más adverso. Así, cuando a principios de 1949 caducó la concesión de 25 años concedida al construirse el Mundial, Cort decidió no renovarla y derribar el edificio. El motivo oficial era ejecutar la reforma urbanística de la zona, pero voces como la del regidor Josep Pons Marqués (padre del futuro político Félix Pons) añadió “razones de buen gusto” para quitarlo. El 20 de junio de 1949 empezó su demolición y el solar fue incorporado a los Jardins de Joan Alcover. El Mundial había durado exactamente 25 años.

Su derribo fue hasta provechoso: en 1954 el Ayuntamiento subastó los materiales de derribo, con lo que algunas partes se reutilizaron en otros lugares de la ciudad. A poco tiempo, empezó la reforma urbanística prevista. El cruce de las calles Conqueridor y Antoni Maura fue rectificado y el Born recortado unos metros, desplazando las populares lleones hasta su ubicación actual para crear la actual rotonda de la plaça de la Reina.

En general, su desaparición fue vista como una mejora: Gabriel Fuster Mayans, Gafim, lo describió como “chiringuito de una deliciosa fealdad de balneario de avant-guerre”, y de valor únicamente sentimental por parte de quienes lo frecuentaron. No todos estuvieron de acuerdo: para Miguel Bennazar (hijo de s’Arquitecte), su desaparición “sumió aquél hermoso jardín en desoladora tristeza”.

Nada recuerda al Mundial allá donde estuvo. Nos quedan las postales donde aparecía como un elemento singular que acompañaba las vistas de la Almudaina, el Lírico, la Seu, el Café Alhambra, el Born, el kiosco de Bennazar o las lleones, dada su privilegiada ubicación. También el film “El secreto de la pedriza” (Francesc Aguiló, 1926) lo muestra en una de sus escenas finales. Y es probable que autores como Georges Bernanos o Albert Vigoleis Thelen escribieran allí parte de su obra.

La plaza de la Reina, con el Mundial a la derecha hacia 1930.

La plaza de la Reina, con el Mundial a la derecha hacia 1930. / ASIM

¿Reconstrucción…?

Este año se cumple una doble efeméride: los 100 años de la construcción del Mundial y 75 de su demolición. Su historia fue la de muchos elementos del patrimonio local que, presa de la degradación, abandono, dejadez o codicia se degradaron (más o menos intencionadamente…) hasta convertir su presencia en una molestia y su desaparición en clamor social y necesidad, a pesar de su ingente valor. Con el añadido, en este caso, de su gran aceptación popular gracias a su ubicación, singularidad y atractivo; quizá esto, a la vez, lo convirtió en blanco fácil, en nombre del “progreso” de la ciudad. Un caso más, que no fue el último.

No obstante, creemos que el Mundial es recuperable. Dadas sus características podría renacer en otro lugar, pues los Jardins de Joan Alcover son intocables, y a buen seguro pronto recobraría su protagonismo como local emblemático de la ciudad. Aquel Chiringuito, cruce entre templete e invernadero, a cuyo alrededor giró la vida social de la ciudad, reúne personalidad y carácter suficiente para ser el corazón latente de la ciudad que fue. Ahí queda la idea… y la esperanza de verlo un día en pie.

Quien quiera aportar más datos sobre el kiosco Mundial puede escribir a: 

kioscomundial@gmail.com

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