Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Oblatas, dos siglos pisando la calle

La congregación que gestiona el Casal Petit celebra el bicentenario del nacimiento de su fundadora - Felicidad Martínez evoca la transformación del barrio chino y de las mujeres en situación de prostitución a las que ayudan

Parte del equipo de Casal Petit: María Hernanda Moreno, Victoria Puyol, Natalia Pescador, Magdalena Alomar y Felicidad Martínez. Guillem Bosch

Felicidad Martínez ha sido testigo de una doble transformación durante los últimos 40 años. Por un lado, la de un barrio chino que la mayoría de palmesanos tenían miedo de transitar al ser sinónimo de drogas y marginalidad, y que hoy comercializa viviendas para millonarios. Por otro, la de las mujeres en situación de prostitución a las que su congregación ayuda desde hace dos siglos.

«La Oblatas son una congregación religiosa que nació en 1864. En el siglo XIX surgieron muchas, eran personas creyentes que trataban de dar una respuesta a problemas sociales con una vida activa. La nuestra nació con el objetivo de atender a mujeres en situación de prostitución», relata Martínez, directora de la Congregación de las Hermanas Oblatas en Palma.

«En el Hospital de San juan de Dios de Madrid, Jose Mª Benito Serra, religioso benedictino, confesaba a los enfermos y se encontraba con mujeres con enfermedades derivadas del ejercicio de la prostitución que cuando se curaban volvían a la calle. Recurrió a Antonia de Oviedo Schönthal, una mujer comprometida con distintas causas y con buenas relaciones en la corte de la reina María Cristina. Pensaron en abrirles una casa para alejarlas de ese contexto y en 1864 abrió el primer asilo en Ciempozuelos, en Madrid. Buscó monjas de otras Congregaciones que atendieran a las mujeres en el día a día, pero las situaciones eran muy duras y no aguantaron. Antonia se quedó sola con ellas y decidió hacerse religiosa y fundar la congregación en 1870», explica Martínez.

Instantánea de una barrio chino que ya no existe. A la derecha, habitación de una mujer en situación de prostitución en los 80. | CASAL PETIT

Madres y maestras

Este 2022 las Oblatas de Palma y de todos los rincones del mundo en los que están establecidas celebran el bicentenario del nacimiento de su fundadora. «Era educadora, una mujer muy culta y eso tiene que ver con lo que hacen las Oblatas desde entonces. Para ellas la educación es una herramienta muy importante para ayudar a las mujeres», señala Magdalena Alomar, coordinadora del Casal Petit.

La cita es en la sede de esta entidad en el corazón del barrio chino de Palma. Quedan pocos vecinos que lo habitaban cuando Martínez y otras tres religiosas se trasladaron allí en los 80 para estar más cerca de las mujeres en situación de prostitución. Siguiendo el ejemplo de su fundadora, pisan la calle para acercarse a ellas y ofrecerles su ayuda.

«Su máxima era ‘sed madres y maestras’. Eso resume la filosofía: cuidado, cariño y formación», subraya Martínez.

Las Oblatas llegaron a Mallorca en 1924. «Se instalaron en la calle de la Piedad para hacerse cargo de lo que se llamaba la Casa de las Arrepentidas, lugares que acogían a mujeres que ejercían la prostitución. Más tarde acabaron instalándose en una casa del barrio de sa Vileta», evoca Martínez.

Oblatas, dos siglos pisando la calle

En aquellos primeros años en la isla la filosofía que guiaba el funcionamiento de la casa era la misma que hoy. «Era una casa con huerto, se les enseñaban oficios y a leer y escribir. Con el tiempo hubo un colegio en el que las niñas y mujeres acogidas daban clase», afirma.

Las religiosas y las trabajadoras sociales de la casa de sa Vileta detectaron que algunas de las madres de aquellas niñas internas ejercían la prostitución en el barrio chino de Palma. Así que la Oblatas enfocaron hacia estas calles que en aquellos años formaban un gueto. «En 1981 empezaron a venir por el barrio, iban a la casa de una y de otra. Y en 1988 se decidió vivir aquí de manera permanente. Vinimos cuatro Oblatas y nos instalamos en la calle de Can Petit. Nuestro trabajo era patear el barrio, que las mujeres supieran que estábamos aquí y continuar nuestra relación con otras entidades religiosas que colaborábamos en esta iniciativa», evoca Martínez.

La directora de la congregación en Palma trabajaba entonces en otro barrio con muchos problemas, el Raval de Barcelona. «Vine expresamente para abrir el piso de la calle de Can Petit. Decían del Raval, pero cuando llegué aquí... Había mucha miseria y abandono. Era un gueto en el que nadie entraba. Sant Miquel y Sindicat tenían vida de día, pero cuando cerraban los comercios parecía que cerraba todo el casco antiguo. A los palmesanos les llamaba la atención que nos hubiéramos instalado aquí. Yo había cumplido 28 años, pero no me daba miedo», manifiesta.

Durante los años 80 los servicios sociales de Palma estaban todavía poco desarrollados y aquellas mujeres tenían pocos asideros a los que aferrarse. «Lo básico era darles atención sanitaria, necesitaban la cartilla de beneficiencia para que las pudiera ver un médico. Había enfermedades que nadie les trataba, así que en el piso encima de nuestra casa teníamos un pequeño dispensario. La mayoría eran españolas, aunque había alguna mujer nacida aquí a la que precisamente llamaban La Mallorquina, porque no era habitual. Las jóvenes tenían problemas muy relacionados con la adicción a las drogas como la heroína, y también el alcoholismo», recuerda Martínez.

«Los primeros ocho o diez años hicimos mucho acompañamiento a mujeres en programas de deshabituación de drogas. Las acompañábamos a Proyecto Hombre, no podías despegarte de ellas. Después llegó el tema del SIDA, y nos tocó hacer un acompañamiento de enfermedad y muerte. Hubo muchas situaciones de enfermedad y soledad, de acompañarlas hasta el final de sus días y en el funeral, en ocasiones, estar solamente las cuatro hermanas de la Congregación», añade.

Oblatas, dos siglos pisando la calle

Víctimas de violencia

La ayuda que prestaban a mujeres que a menudo «estaban desvinculadas de sus familias» se realizó en colaboración con Cáritas y otras Congregaciones —Adoratrices, Hijas de la Caridad— fue haciéndose más compleja. «Nos decían que si tuvieran un trabajo quizás saldrían de la prostitución, así que empezamos a pensar en organizar talleres para pintar o hacer manualidades. Y ya se les enseñaba a leer y escribir. Era un lugar en el que ser escuchadas y acompañadas. Y en el que podían descubrir que había vida fuera de la calle», señala la directora de Casal Petit.

«Entonces nacían los servicios sociales, pero ellas solían decir: ‘voy a cualquier sitio y me ven como una puta’. Esa expresión no me gusta, son mujeres. Les decíamos que no estaban obligadas a decir que ejercían, se creían sin derecho a nada, incluso sin derecho a que nadie las ayudara. Y nosotras no éramos solo unas monjas que fuéramos a consolarlas», explica Martínez.

Frecuentemente aquellas mujeres también eran víctimas de violencia machista, un fenómeno entonces invisible, más todavía para quienes ejercían la prostitución. «A veces eran mujeres maltratadas, por parte de su compañero o de su chulo. Era un maltrato físico y psicológico. De ahí que a iniciativa de Cáritas nos encargaron desarrollar un proyecto de acogida para ellas. El Ayuntamiento lo apoyó y en 1989 nació el primer centro de acogida para mujeres víctimas de maltrato mediante un convenio de colaboración de ambas instituciones», rememora.

En los años 90 arrancó el plan de transformación urbanística de sa Gerreria, que no solo cambió el barrio. Llegaron vecinos con mayor poder adquisitivo y también empezó la progresiva sustitución de las mujeres que tradicionalmente habían ejercido en el barrio. «Algunas fueron expulsadas de sus casas y hubo que hacer un trabajo con el Patronato Municipal de la Vivienda para que no se quedaran en la calle. Las más mayores fueron a residencias de ancianos. Las calles en las que vivían y ejercían desaparecieron. Hubo una transformación enorme y empezaron a venir las primeras mujeres africanas», recuerda Martínez.

En 2001 abrieron la sede de Casal Petit en la calle Can Martí Feliu. Allí empezaron a acudir las primeras inmigrantes, en muchos casos víctimas de trata de blancas, aunque también seguía habiendo mucha prostitución ligada a problemas de adicción a las drogas. «Ahora las españolas a las que ayudamos son sobre todo mujeres mayores de aquella época. Para ellas las Oblatas sigue siendo su punto de referencia», interviene Alomar. «La metodología no ha cambiado, seguimos saliendo a la calle. Las que han cambiado son ellas», añade la coordinadora de Casal Petit.

La filosofía también sigue siendo la misma: educar y formar para que puedan encontrar otros caminos. Hoy se realiza con otras entidades (Médicos del Mundo, Cruz Roja ) y con el apoyo de las administraciones públicas. «Cuando se acercan a nosotras es porque se plantean dejarlo en algún momento, hacer otra cosa. Hace años te decían que dejarlo pasaba por encontrar un hombre con el que casarse porque carecían de formación o experiencia laboral y no tenían más alternativas. Ahora la mayoría son inmigrantes y en su caso primero tienen que estar regularizadas, pero muchas no lo están», señala Martínez.

«Además de darles alternativas hay que sensibilizar a la sociedad», apunta Alomar. «Hay que empezar por educar en igualdad para que se reduzca la demanda», añade.

Compartir el artículo

stats