La protectora, un pasado tapiado
Joan Riera. riera.diariodemallorca@epi.es
Las puertas y ventanas de la antigua sede de La Protectora están tapiadas. Es como si hubieran clausurado una parte de nuestro pasado. Del vivido en primera persona y del escrito en los libros.
La memoria reciente tiene más oscuros que claros. En este edificio, reformado en 1928 por Gaspar Bennàssar, muchos mallorquines recibimos nuestra primera identidad, la del documento nacional. Una larga cola en una escalera y varias horas de espera hasta llegar a un mostrador de madera con mil manos de barniz. Detrás, un metro por encima de nuestras cabezas, un gris tomaba las huellas digitales y dispensaba al ciudadano el mismo trato que a un delincuente. En este instante, aún adolescentes, tomábamos conciencia de que para el franquismo todos éramos malvados en potencia. Allí se proyectaron, a partir de los años 40, películas tan dispares como Sin la sonrisa de Dios, cuando el cine aún se llamaba Protectora, o Sex music, una vez convertida en sala ´S´ –una ´X´, devaluada– y rebautizado Jaime III. El restaurante de menú diario El Club atraía a decenas de dependientas de las antiguas Galerías Preciados. Sus últimos estertores los dio en forma de gimnasio y sala de squash.
Pero este edificio que hoy mantiene los vanos cegados atesora una historia mucho más brillante. Es la de las sociedades de socorros mutuos, antecedentes de la Seguridad Social, que atendían las necesidades sanitarias y el ocio de los afiliados. La Protectora de Palma nació en 1869 y miles de ciudadanos utilizaban sus servicios médicos, además de beneficiarse de un seguro de defunción. También desarrolló una intensa labor social y recreativa. Sus bailes de carnaval se prolongaban desde diciembre hasta la Cuaresma y estaban entre los más populares de Palma. La comisión organizadora exigía que las señoras llevaran antifaz. Palmas, telas y flores adornaban los salones. Una misma orquesta tocaba durante seis horas seguidas...
El franquismo acabó con La Protectora. La Seguridad Social le arrebató su función solidaria. La moral imperante prohibió el carnaval. Ahora, unos ladrillos taponan los recuerdos.
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