San Sebastián fue capitán de la milicia romana y amigo de los emperadores Diocleciano y Maximiano. Bajo la apariencia de fervoroso pagano ocultaba su condición de verdadero cristiano. Descubierta su conversión cristiana fue condenado a muerte por traidor a la religión de sus antepasados. Después de ser asaetado fue recogido por una mujer llamada Irene, que al ver que no estaba muerto lo llevó a su casa y gracias a sus cuidados se restableció. Luego fue al encuentro del Emperador y le recriminó su proceder contra los cristianos. Entonces, por orden de Dioclesiano, fue lapidado y apaleado hasta expirar y su cuerpo echado a una alcantarilla. La leyenda sitúa los hechos en un espectro cronológico que iría desde el año 286 al 303.

Los caballeros franceses y alemanes que durante el siglo IX vinieron a España para participar en la Reconquista trajeron consigo sus patronos y protectores a diferentes santos que en vida destacaron por sus hazañas guerreras y por sus combates contra los enemigos de la Cristiandad. La cruzada iba avanzando y los combates se ganaban bajo la intercesión de algunos de ellos: san Antonio de Viana, san Marcial, san Jorge, san Mauricio, san Segismundo, san Martín de Tours, san Honorato de Arlés... De esta manera, en las nuevas tierras conquistadas se iban erigiendo templos en su nombre, los cuales se convertían en puntos de partida en la creación de nuevas poblaciones. Ello explica la gran cantidad de villas y ciudades que llevan por nombre algunos de estos santos guerreros.

Las huestes de Jaime I trajeron consigo las devociones heredadas de sus antiguos y entre las principales se encontraba la de nuestro patrón. San Sebastián, ya en el medioevo, tenía fama de interceder contra las epidemias, y al estar el incipiente reino de Mallorca a merced de todo tipo de contactos con el norte de África y con el Mediterráneo oriental, vías importantes del contagio de la peste, la devoción a san Sebastián entre los palmesanos se dilató. Con ello aumentaron la solemnidad de las ceremonias y festividades con que se le honraba. Este hecho explica que, desde los orígenes de nuestra basílica catedral, san Sebastián estuviese presente en algunas de sus capillas.

Ya en 1451, los Jurados de la Ciudad y Reino de Mallorca, suplicaban al cabildo, que la fiesta de san Sebastián fuese solemne y que en ella se tocase la campana mayor, conocida como n´Aloy, súplica que fue concedida. En 1518, otra vez los jurados del Reino demandaron y consiguieron la concesión de capilla propia, la segunda después del portal mayor, de la cual obtuvieron el patronato. Entre los años 1522 y 1523 apareció en el reino insular la tan temida peste, la cual produjo tal mortandad que se creyó despoblarse toda Mallorca. Todo cambió cuando durante el mes de agosto cesó el estrago. Muy pronto se supo que el milagro había sido obrado gracias a la llegada a la isla de una reliquia de san Sebastián, concretamente el hueso de uno de sus brazos. Había llegado a Mallorca con el arcediano de la iglesia de San Juan de Colachi, templo de los caballeros de Rodas, Manuel Suriavisqui. Cuenta una leyenda palmesana que cuando el arcediano y los otros monjes que le acompañaban quisieron salir del puerto de Palma para proseguir su camino, un fuerte temporal se lo impidió. Cada vez que se intentaba zarpar el temporal resurgía con fuerza. Parecía como si la reliquia de san Sebastián no quisiese salir de la isla. Los religiosos de Rodas, después de fallidos intentos de abandonar Mallorca, decidieron dejar la reliquia en Palma. A la mañana siguiente, zarparon los religiosos con el mar en calma absoluta.

En memoria de tal suceso, al cese de la peste, los capitulares y jurados instituyeron y ordenaron una general cofradía del glorioso mártir para todo el Reino con asiento en la nueva capilla, cuyos patronos eran los jurados. Éstos, en 1634, presentaban al cabildo la nominación, hecha por el Gran y General Consejo y aprobada por Breve Pontificio, de patrona del reino mallorquín a favor de la Inmaculada Concepción, y de patrón de la ciudad, por el Consejo de la misma, a favor de san Sebastián. En 1711 un rayo destruyó la capilla. Enseguida se empezó su restauración. En 1757, en el centro de la capilla se colocó la nueva imagen del Santo, traída de Roma, que ahora veneramos. La Santa Sede confirmó el 18 de junio de 1868, bajo la autoridad del Romano Pontífice, Pío IX, y a instancias del obispo Miguel Salvá, el título de Patrono. Finalmente, el 16 de enero de 1907, el Papa Pio X, concedió la indulgencia plenaria para los fieles que honrasen a san Sebastián. Cada 20 de enero, el consistorio palmesano y el cabildo siguen honrando al patrón de Palma con una misa solemne.

Desde el año 1977, a propuesta del folclorista Bartomeu Ensenyat, siendo Miquel Duran concejal de cultura y Paulino Buchens alcalde de Palma, se inició la celebración de la ´revetla´ de san Sebastián. Ese primer año la fiesta tuvo lugar únicamente en la plaza Mayor, aunque en pocos años se extendió por todo lo largo y ancho de la ciudad, convirtiéndose en lo que hoy conocemos como la fiesta popular más multitudinaria de Palma.

(*) Cronista oficial de la ciudad