Opinión

Europa se juega en las urnas la razón de su existencia

Los euroescépticos ya no amenazan con irse, han decidido quedarse para cambiar la UE desde dentro, convertirla en un área de libre comercio, pero sin pilares comunes

Elecciones europeas

Elecciones europeas

«Nunca tantas personas habían tenido tantas oportunidades vitales». La frase la dejó escrita el politólogo angloalemán Ralf Dahrendorf para definir el resultado de la construcción europea: el mayor espacio de libertad, progreso económico y bienestar social alumbrado en la historia por sus padres fundadores cuando aún estaban abiertas las heridas provocadas por la Segunda Guerra Mundial. Ahora es precisamente la continuidad de este modelo de Europa, resultado del consenso fundacional entre democristianos y socialdemócratas, con sus luces y sus sombras, aquello que está en juego en las elecciones al Parlamento Europeo. Unos 370 millones de ciudadanos de 27 estados miembros están llamados hoy a las urnas para elegir a 720 eurodiputados (61 de ellos españoles) en un clima de máxima polarización y ante un horizonte convulso, con dos guerras abiertas, una en su frontera con Ucrania, y otra en Gaza, a orillas del Mediterráneo. En este contexto, el abstencionismo crónico –en la anterior cita de 2019 la participación superó por primera vez el 50%– puede reflejar la desafección de la ciudadanía, pero también su desconocimiento de lo que está realmente en juego.

Sí, Europa se la juega. Se juega más que su futuro ante desafíos como la defensa, la economía, el cambio climático o la inmigración, se juega la razón de su existencia. Pese a sus manifiestas hipocresías y debilidades, la UE es la masa crítica necesaria no solo para mantener, de puertas adentro, el modelo social de referencia, sino también para promover, de puertas afuera, la paz y la seguridad en un contexto mundial cambiante: el interrogante de las elecciones norteamericanas, el desequilibrio frente a China y la amenaza de la Rusia de Putin. Los euroescépticos ya no amenazan con irse. Han decidido quedarse para cambiar la UE desde dentro y para convertirla en una especie de confederación de Estados soberanos, un área de libre comercio, pero sin pilares comunes: los valores democráticos, el Estado de bienestar, el pluralismo político. Este es, en síntesis, el acervo comunitario que pone en riesgo el auge de las extremas derechas, tanto si son atlantistas como rusófilas, articuladas en dos grupos que pueden desplazar a los liberales como tercera fuerza de la Eurocámara: Identidad y Democracia (ID), liderada por Marine Le Pen y Matteo Salvini que acaba de romper amarras con Alternativa para Alemania (AfD), y Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), de la italiana Giorgia Meloni, los polacos de Ley y Justicia y Vox. Los populares (PPE), que hasta ahora los mantenían fuera de su ecuación de pactos, han abierto la puerta a una alianza con Meloni, abeja reina de la ultraderecha, aunque Ursula Von der Leyen ha cerrado la campaña con un guiño de último minuto al centroizquierda y a una «amplia alianza» entre demócratas, frente a quienes dicen defender «la patria», pero «sirven a autócratas». Los números determinarán la fórmula. En España, entre tanto, el debate europeo se ve ensordecido por la polarización política y la agenda doméstica, que ha convertido estos comicios en un plebiscito Sánchez-Feijóo. El resultado, por tanto, puede tener consecuencias en casa, donde se sigue deshojando la margarita catalana.