Opinión | TRIBUNA

Lo que nos jugamos en Europa, y Palestina en el tablero

Casi se da por hecho la vuelta de Trump. Solo un giro inesperado, una suspensión judicial o de los votantes republicanos, o que los demócratas tengan un golpe de suerte en Palestina, alcanzándose un acuerdo en la guerra de Gaza, podría situar a Biden en la senda de la reelección. 

Estas elecciones serán más difíciles para los demócratas que las anteriores porque durante estos años algunos estados republicanos han modificado las condiciones, y las facilidades, para ejercer el voto; dificultando el de minorías sociales que son el plus electoral que puede marcar la diferencia en los estados del sur y en la América profunda.

El reconocimiento de Palestina como estado por parte de España, Irlanda y Noruega, sumándose a los otros 143 estados que la reconocieron, supone un revulsivo en el tablero geoestratégico global a la espera de que en nuevo parlamento europeo sea capaz de decantar el reconocimiento de la propia Unión Europea.

La ONU propuso la solución de los dos estados en 1974, y antes, en 1967 consideró a Palestina como territorio ocupado ilegalmente por Israel. Acordado el estado Palestino en los acuerdos de Oslo (1993), no fue culminado por el asesinato del primer ministro israelí que los había suscrito, Isaac Rabin. Recuérdese, para quienes desautorizan a la ONU para legitimar el estado palestino, que la propia creación del estado de Israel tiene su legitimidad internacional en la resolución de la ONU en 1947, antes del final del dominio británico, que declaraba la recomendación de dos estados, el inmediato estado de Israel y un estado árabe. 

Solo Estados Unidos y Canadá, y sus socios en Asia (Japón, Australia, Nueva Zelanda y Corea del Sur) y en Europa: Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, y el resto de la Unión Europea fundacional, están en aún en el debate y me atrevería a afirmar que por razones electorales; no se quiere dar argumentos a la ultraderecha islamofóbica. 

En las elecciones del 9 de junio Europa se juega su supervivencia como ente político y podría desencadenar su propio euroexit, su progresiva desarticulación para transformarse en una alianza económica neoliberal. Si la extrema derecha tiene influencia determinante y las coaliciones progresistas pierden peso, la Unión Europea puede descafeinarse hasta convertirse en una versión asociativa, por supuesto sin regulaciones en derechos humanos ni justicia social, al estilo de la Commonwealth.

Con Trump en la Casa Blanca sería probable la cesión a Putin de la Europa fronteriza del Este, quizás mediante una declaración neutralista, para regocijo del otro actor en este happening global, China, que está por la labor de una reordenación del mundo según la doctrina clásica de las placas tectónicas, es decir, las áreas de influencia entre las superpotencia; la vuelta a las metrópolis y sus colonias o países satélites. Las primeras maniobras en esa dirección está siendo la penetración ideológica de la ultraderecha, de la mano financiera de Putin y la vocería agresiva, a lo terminator, como el Abascal en cabello blanco a lo Santiago y cierra España, o el Milei con la motosierra para convencer de la necesidad de un golpe de timón en favor del orden, establecido desde los intereses. La vuelta de Kissinguer, el artífice de las políticas de impulsar golpes de estado militares en Latinoamérica.

El caldo de cultivo social para la viabilidad de estas posiciones extremas es una sociedad cada vez más manipulable; del ahora mismísimo y del placer en todo momento, que no tolera la frustración de la espera ni de los tempos y, esto, junto a la presión cultural por el disfrute a toda hora; recuerdo un anuncio en televisión enfocado a la población infantil, «¿y tú?, ¿qué has hecho hoy para divertirte?».

El goce por el goce sin esperas; el móvil nos ha impuesto la cultura de la diversión inmediata y a la carta, formando a la persona para que a la hora de votar ponga más atención a su dolor de estómago que a la racionalidad, versus proyecto o programa político. Tras depositar el voto no hay reflexión posible, ni vuelta atrás.