Opinión | EN AQUEL TIEMPO

Se trata de Francisco

Imagen del Papa Francisco.

Imagen del Papa Francisco. / Archivo

A medida que pasan los años, aumentan en la Iglesia los casos de situaciones poco «edificantes», en general suscitados desde ámbitos de naturaleza integrista y aparentemente basados en un intento de «volver a la sana doctrina», tanto en principios como en costumbres. Más todavía, casi siempre estas nuevas escisiones, más o menos solapadas, tienen un objetivo común: distanciarse de la relación debida con el actual Sucesor de Pedro, ese Francisco que parece haber tenido la tentación de poner en práctica todo el acervo del Vaticano II, un tanto dejado de lado durante años.

Y está claro, esos grupos disidentes no pueden permitirle tamaña barbaridad, y acaban por sentirse y autodefinirse auténticos «custodios» de la regeneración eclesial, fustigando al Sucesor de Pedro, quien, guste o disguste, tiene la última palabra en la Iglesia de Jesucristo. Tales grupos, parecen olvidar que por decisión del mismo Francisco, un grupo de 9 Cardenales, el «G/9», asesora al Pontífice en todas las materias doctrinales o disciplinarias oportunas. Un detalle que suele pasarse por alto. Y en su lugar, se prefiere la opinión, convertida en obligación, de cualquier «profeta de calamidades» que imparte, cómo no, palabras de «protección» especial. Caiga quien caiga.

Recordarán los lectores que tras el Vaticano II, surgió en Latinoamérica el fenómeno de la «Teología de la Liberación», que determinó una nueva vitalidad en el catolicismo en aquellos lares, con resonancia en el resto de la Iglesia Católica… y de la sociedad en general. Uno mismo se sintió aludido por aquella horizontalidad en la forma de pensar y de practicar el Evangelio, pero todos tuvimos que acatar las disposiciones emanadas desde el Sucesor de Pedro de aquellos años, nada menos que San Juan Pablo II. Fue muy costoso, y salvo en casos excepcionales, supimos obedecer. En algún caso, quedando silenciados en ámbitos eclesiales de alta relevancia. Es evidente que Francisco tiene sabor al revuelo eclesial de aquellos años… con el que no llegó a comulgar precisamente con entusiasmo. Pero su formación en el contexto de una Iglesia Latinoamericana, capaz de dar a luz la decisiva Reunión de Medellín, entre otras tantas, determinó el «síndrome sinodal» que atraviesa su pontificado, hasta hoy mismo. Y por lo tanto es absolutamente lógico que los detractores de Francisco procedan, en gran parte, de quienes niegan la autoridad del Vaticano II y, todavía más, del Sínodo de la Sinodalidad que está marcando una «forma de ser Iglesia» para el futuro, cuando acabamos de celebrar Pentecostés, tiene una gracia infinita: pareciera que, en algunos casos llamativos, se están fabricando «pentecosteses» a medida del peticionario. Todo un reto.

Francisco, sin embargo, para nada está «de-construyendo» la Iglesia del Señor Jesús, antes bien repite una y otra vez: «Hay que volver al Evangelio», lo que es una excelente propuesta tratándose del Sucesor de Pedro, que a su vez era el Sucesor de Jesucristo a efectos de coherencia eclesial. Y ha metido sus manos en la masa crítica de la Iglesia que preside: desde la renovación de la Curia Vaticana y sus estructuras socioeconómicas, pasando por la designación de obispos «pastoralistas», eso que él mismo llama «con olor a oveja», hasta nuevas disposiciones en materia de moral pública y de moral sexual, hasta el documento recientemente promulgado por el Dicasterio para la Doctrina de la fe, cuyo título, Dignidad infinita, reúne la posición doctrinal de la Iglesia sobre los graves atentados contra la dignidad humana, recordando la Carta sobre Derechos Humanos de Naciones Unidas.

De ahora en adelante, nadie puede afirmar que la Iglesia Católica se balancea en todas estas cuestiones porque todas ellas están perfectamente tratadas en Dignidad infinita. Y como siempre, unas u otras disposiciones a unos gustarán mientras a otros disgustarán. Pero Francisco no se ha callado, no ha escurrido el bulto. Y por lo tanto, todo aquel que desee estar informado con objetividad sobre su pensamiento, y el de la Iglesia, en todas estas materias, en 80 páginas encontrará respuesta. Puede ser que lo más característico de Francisco, y en esto se parece mucho a San Juan Pablo II, es su libertad de espíritu para posicionarse ante los problemas objetivos, dejando de lado espiritualismos escapistas, tan de moda en nuestros días. Para muchos, un papa como Dios manda lo mejor que puede hacer es guardar un silencio en su relación con la sociedad y dejar que cada quien se organice por libre. Pero la Iglesia es una Comunidad Creyente en que la libertad individual es admirable, mientras no golpee lo que constituye el ungüento de su identidad.

Siempre he pensado que Francisco es un don de Dios a la Iglesia Católica y a la Humanidad en general. Y si alguien desea profundizar en su personalidad, con fundamento, recuerdo y propongo dos volúmenes de reciente aparición: de una parte, Papa Francisco, el Sucesor, donde se analiza, en una entrevista pormenorizada, su peregrinaje hasta alcanzar la Sede de Pedro, especialmente su relación con su antecesor, Benedicto XVI, y de otra, Papa Francisco, su Vida, una especie de autobiografía, con la ayuda de Fabbio Marchese, que desvela todos los detalles de una vida compleja, mutante y, siempre, obediente al Espíritu de su Único Señor. Quienes lean estos dos textos, además del antes citado, encontrarán las respuestas necesarias para acceder a este pontífice argentino, en lugar de perderse en comentarios intencionados desde actitudes solapadas. Si la Verdad nos hace Libres, busquemos la Verdad.

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