Opinión | Las cuentas de la vida

Un pacto para el turismo

Marga Prohens ha sabido intuir el signo de los tiempos al convocar una Mesa para el Turismo

Marga Prohens ha sabido intuir el signo de los tiempos al convocar una Mesa para el Turismo / CAIB

Los modos de desestabilizar los gobiernos son más o menos evidentes. Legislatura tras legislatura, la oposición elige un tema especialmente sensible para una parte de la sociedad y lo explota, dándole un cariz cada vez más maniqueo. Puede ser la delincuencia y sus posibles vínculos con la inmigración ilegal (esta es la brecha que han abierto en estos días, con motivo de la campaña catalana, tanto Vox como Aliança Catalana) o puede ser el discurso pararreligioso de los nacionalistas sobre la lengua autonómica, azuzando siempre el miedo a la sustitución lingüística. Puede ser la activación atávica del antisemitismo o el uso de la memoria histórica a modo de arma arrojadiza contra la derecha. La política se basa en emociones y prejuicios, y cada uno cuenta con su propio arsenal de manías y creencias. Como se suele decir, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Pero esta falta de inocencia –o esta culpabilidad compartida, si se prefiere– no excluye que continuamente asistamos a picos emocionales provocados por los partidos políticos. A veces con razón –aunque sea parcial– y otras sin ella. El último ejemplo lo encontramos en la sobreexplotación turística que padecen ambos archipiélagos. No se trata un discurso nuevo, ni mucho menos, sino que fácilmente cabe descubrir precedentes desde hace ya varias décadas. En cambio, resulta novedosa la transversalidad del malestar, que ya no es residual –como sucedía en los años 80 o 90–, ni constreñido a los tradicionales partidarios del decrecimiento. Esa inquietud ahora se percibe incluso entre los votantes conservadores y moderados, que han sido caladeros tradicionales del voto del PP. Si hace apenas un año, en su discurso de investidura, la presidenta del Govern Balear Marga Prohens anunciaba que frenaría el decrecimiento turístico, esta semana ha reconocido que no hay alternativa a la transformación del sector y que es preciso marcar límites estrictos. Prohens ha sabido leer el signo de los tiempos y, antes de enfrentarse a una protesta en las calles que podría adquirir proporciones virales, se ha adelantado tomando primeras decisiones en los Consells de Mallorca y Ibiza, y sobre todo anunciando la constitución de una Mesa para el Turismo que reúna a las distintas partes implicadas e impulse un nuevo modelo para la islas.

Los escépticos verán en las palabras de Prohens una cortina de humo y tal vez sea el caso; a pesar de que los gobiernos de izquierdas, cuando en los ochos años anteriores debían liderar este cambio de modelo, también acudieron a la retórica en mayor medida que a los hechos. Más que una cortina de humo, yo intuyo que en la respuesta de la presidenta ha influido la demoscopia, por un lado, y cierto olfato táctico, por otro. Prohens no quiere que las protestas contra el turismo se conviertan en su particular marea verde, como le ocurrió a su predecesor José Ramón Bauzá con la política lingüística. Hay resortes peligrosos y la oposición había descubierto una de esas palancas que pueden movilizar o desplazar el voto. Al adelantarse a las movilizaciones, el PP pretende desactivar parcialmente la bomba lapa que amenazaba con cortocircuitar la legislatura. No es el único territorio minado que tiene por delante. La necesidad perentoria de vivienda pública de alquiler, una hábil simplificación administrativa y la masiva rebaja del IRPF, siguiendo el camino trazado por Madrid y Andalucía, deberían ser prioritarias. Pocas regiones españolas se beneficiarían más de una fiscalidad generosa que las Balears. Y cuanto antes se avance en estos campos, mejor.

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