Opinión | Al Azar

El trabajo para quien se lo trabaja

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / Moncloa

El pasado fin de semana fue dedicado a la reflexión trascendental por el primero y más brillante de los españoles. La plebe nacional ha imitado al jefe de la tribu, dedicando a la cavilación colectiva el puente del Primero de Mayo, porque el trabajo es tan fatigoso que se celebra evitándolo. El CIS debería aparcar momentáneamente la obsesión con su líder providencial, para preguntar en una encuesta flash, «¿volvería usted a su puesto de trabajo el lunes, si supiera que con independencia de su decisión cobraría el sueldo íntegro el 31 de mayo?». No hace falta poseer el cerebro prodigioso de Tezanos, para avanzar que un porcentaje voluminoso de sondeados optarían por el salario sin necesidad de contrapartida sudorosa. Por tanto, tenemos un problema.

La condena a trabajo forzado, la maldición bíblica consignada ahora mismo por Eduardo Vara en Maldito trabajo, sobrevivir a la cultura del sacrificio y repensar la vocación alimenta la mayor fuente de malestar social. Ya solo trabajan a gusto los ricos, con independencia de la edad según demuestran Giorgio Armani (90), Warren Buffett (94) o Frank Gehry (95). En un mismo día y en un mismo ámbito, es fácil encontrar a un trabajador que convierte su infierno laboral en un paraíso de atención y simpatía hacia sus semejantes, mientras otro compañero se esfuerza por contagiar su pesadilla personal a la clientela.

El trabajo para quien se lo trabaja. Las nuevas generaciones están más advertidas contra la vocación tóxica, predispuestas incluso a parecer no tan inteligentes para trabajar menos. Se inventaron la gran renuncia antes que Pedro Sánchez, y ahora libran la guerrilla interna del quiet quitting, a traducir por «hacer lo justo». No solo se han desprendido colectivamente de la pasión, sino del interés. Es curioso que cada mención a la Inteligencia Artificial consigne los oficios sacrificados al nuevo Leviatán. En algún momento se descubrirá que el colapso no es gremial sino universal, porque se hunde la única relación laboral relevante, entre el Trabajador y su Trabajo.

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