Opinión | Tribuna

Se fue Ricardo Caro

Café con leche.

Café con leche. / SHUTTERSTOCK

Hace pocos días Ricardo tuvo la mala ocurrencia de morirse; todavía nos quedaba mucho que hablar sobre nuestra común pasión madridista (¡lo que hubiera sufrido y disfrutado del partido contra el City y contra el Barça!), casi siempre sentados ante un café con leche y churros, otra de nuestras pasiones. De política ya casi no hablábamos debido a la sinrazón que nos atenaza hoy en día.

Todas las navidades jugábamos a medias a la lotería; él compraba el décimo de Navidad y yo el del Niño. Después de muchos años -y muchos fracasos que no nos hacían perder la esperanza- en estos últimos sorteos no pudimos participar: ambos estábamos ingresados en dos centros hospitalarios diferentes; aún así, y en mi caso ya con un alta «vigilada» unas semanas más tarde, tuve la ocasión de hablar telefónicamente con él poco antes de su fallecimiento. No estaba en su mejor momento pero aún así quedamos en recuperarnos del todo para seguir con nuestras pequeñas tradiciones o, al menos, vernos un rato con otro tenaz sindicalista, Gordillo, repartiéndonos un kilométrico bocadillo de calamares en Luján (aunque siempre pedíamos un llonguet para disimular, a sabiendas de que ya se habían acabado cuando llegábamos); no ha sido posible y bien que lo lamento.

Ricardo ha sido un magnifico sindicalista, noble y leal, que sabía tensar la cuerda hasta donde se podía y aflojar cuando era necesario, pero siempre mirando los intereses de aquellos cientos de trabajadores que confiaban en él; confieso que aprendí mucho de Ricardo, principalmente en las múltiples y eternas mediaciones en las que participé intentando que las partes llegaran a los acuerdos necesarios que salvaran la temporada turística. Fueron muchos los convenios que nos unieron en una época de gran conflictividad social; y esa amistad que nació en la década de los 80 se mantuvo hasta ahora gracias a que ambos siempre tuvimos claro que lo profesional no debe nunca inmiscuirse en lo personal, y en lo personal fuimos imbatibles.

Ricardo tuvo una gran compañera, Juana, que, sin desmayo, estuvo siempre a su lado; al principio lo traía en coche hasta la churrería de nuestros primeros encuentros. Luego Ricardo se perfeccionó y venía él solo, tremendamente satisfecho, con su silla motorizada (en una ocasión una de las ruedas me pasó por encima del pie y casi tuve que pedir otra para mí).

Todo esto se acabó pero siempre me quedará el gran recuerdo de un extraordinario sindicalista y un gran amigo, sobre todo esto último; seguro que allá donde esté (rodeado de churros celestiales) ayudará a que ganemos nuestra decimoquinta copa de Europa (no olvidemos que los ángeles visten de blanco), y si no le hacen caso montará una huelga. De fijo.