Opinión | Tribuna

En recuerdo de Ricardo Caro

A finales del pasado mes de marzo falleció Ricardo Caro López. A los «nadies» de Eduardo Galeano no se les suele despedir con obituarios en los medios de comunicación. En el caso que nos ocupa, sería una injusticia que, salvo en los círculos más cercanos, las personas, especialmente personas trabajadoras de hostelería, que lo conocieron y le agradecieron sus desvelos por mejorar las condiciones de trabajo, ganar derechos laborales y defender su aplicación, no supieran de su muerte. Lamentablemente, no sabré si Ricardo Caro aprobaría que escriba estas palabras públicas en su recuerdo, estima, aprecio y respeto. Pero creo necesario hacerlo. Él, siguiendo con Galeano, fue una de esas personas «que no son, aunque sean».

Ricardo Caro fue un militante y dirigente del sindicalismo de las Islas Baleares, concretamente militó en CCOO donde fue secretario general de su Federación de Hostelería y Turismo. Digo bien, militó en el sindicalismo, y desde esa militancia (palabra en desuso en los tiempos actuales de neoliberalismo total), fue para mí un referente de los, en palabras del historiador Xavier Domènech Sampere, «valores, actitudes y acciones que estuvieron también en la base de la lucha antifranquista en los sectores populares, en cuyo impulso encontramos parte de nuestras libertades y de la articulación de derechos sociales, al igual, que en sus derrotas, parte de nuestro presente».

Ricardo fue uno de esos otros pioneros del turismo de Mallorca que vino de su Andalucía natal. Uno más de los precursores que, por ser de los proletarios turísticos de los años sesenta del siglo pasado, esta sociedad ha reconocido institucionalmente entre poco y nada. Ricardo se integró en la sociedad mallorquina desde la complejidad sociológica, política, cultural, lingüística, etc. de s’Arenal de Mallorca. Allí vivió y trabajó como camarero de bar en un hotel en el que, por cierto, sufrió un accidente de trabajo que le provocó una discapacidad que le obligó a convivir con una creciente reducción de la movilidad. A pesar de esta dificultad, nunca cayó en la burocratización de sindicalista de despacho o «red social». Ricardo Caro me enseño la importancia de estar a pie de tajo, en este caso, a pie de hotel para contactar y dialogar directamente con las trabajadoras y trabajadores. Si se me permite una cierta hipérbole, las puertas de personal, los bares, y los comedores de los trabajadores y trabajadoras de los hoteles fueron durante años privilegiados espacios de organización y acción sindical.

El sindicalismo al que me dediqué activamente, el de los años 80 del siglo pasado y hasta la primera década del actual, no necesitó heroicidades propias de la lucha antifranquista, ni sufrió las extremas dificultades de los primeros aprendizajes para ejercer la libertad sindical, y, consecuentemente, la negociación colectiva. Aprendimos el «oficio» de sindicalista teniendo como referentes a los y a las que se iniciaron antes y nos precedieron. Ricardo Caro fue, para mí, además de un buen compañero, un maestro. Su maestría no vino ni de la academia, ni de un sesgo político-partidista acentuado, vino de la, ¡vade retro Satanás!, lucha de clases. Al menos en el tiempo en que trabajamos codo a codo en el sindicalismo, Ricardo Caro tuvo clarísima su pertenencia al pueblo de la clase obrera. Quizás por eso creo no exagerar si digo que, aún ahora, en el Convenio Colectivo de Hostelería de las Islas Baleares se aprecia la huella de Ricardo. Él, con otros compañeros y compañeras de UGT y de CCOO, fue de los que consiguieron esta norma laboral que, con el paso de los años, a la acción sindical del presente no parece interesarle cambiar en lo estructural.

La primera negociación del Convenio Colectivo de Hostelería de las Islas Baleares en la que participé en representación de CCOO y bajo el liderazgo de Ricardo Caro fue la de 1986. Hace unos años, cuando se cumplían 30 de aquella conflictiva negociación colectiva, publicamos en estas mismas páginas de Diario de Mallorca un artículo que titulábamos «La huelga de hostelería de 1986, fijos discontinuos y sindicalismo». Lo firmamos Manolo Cámara, Ricardo Caro, Ginés Díez y quien suscribe estas líneas. Si la memoria no me falla, fue la, digámoslo así, última aparición pública al lado de Ricardo Caro. Acabamos aquellas reflexiones afirmando que «… estamos, en general y muy en particular por lo que al movimiento sindical se refiere, muy lejos del fin de la historia». En cualquier caso, en la pequeña historia local de la conquista y defensa de derechos sociolaborales, Ricardo Caro tiene una más que merecida mención.

Amigo, compañero, camarada Ricardo: Junto a sindicalistas imprescindibles, como Juana Bernal que nos dejó unos días antes de que lo hicieras tú, hiciste cuanto pudiste para hacer algo menos injusta esta sociedad. Gracias por ello. Espero y deseo que tu ejemplo sirva para seguir en la lucha de trasformación social de muchos y muchas sindicalistas en esta compleja situación actual. Porque, en palabras del gran Eric Hobsbawm, «la alternativa a una sociedad transformada, es la oscuridad».

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