Opinión

‘Connecting people’

No me convence eso de estar sempiternamente conectada a los demás. Cuanto menos sepa de la gente, mejor

Todavía recuerdo a veces la indignación que suscitó en algunos la llegada de los libros electrónicos. Leer así no era lo mismo, decían. Un libro era un tesoro, un libro era un artilugio místico. El libro electrónico no podía olisquearse ni ocupaba mucho espacio en la mochila, tampoco abultaba bajo el brazo ni en las estanterías. Uno no podía hacerse el interesante leyendo un libro electrónico en una cafetería. Estábamos a las puertas de la muerte de La Lectura, cuántos puestos de trabajo iban a perderse, ¿nadie iba a pensar en los libreros y las librerías? Una tragedia griega. En fin, la gente sigue comprando libros, en la ciudad de Las Palmas se han abierto varias librerías nuevas y los escritores siguen viendo cómo las personas que distribuyen sus libros ganan más dinero que quienes los escribieron. Me atrevería a decir que al final no fue para tanto. Yo lo intenté en su día con el libro electrónico primigenio, me resultaba cómodo hasta que anochecía. Luego volví a intentarlo con el que tenía la opción de encender la luz de la pantalla, comenzó a darme jaqueca.

Ahora compro en formato físico cualquier libro que me interese lo suficiente como para no querer perder la posibilidad de acceder a una copia nunca, sea por el motivo que sea. Como la copia física me pertenece, también puedo prestar ese libro cuantas veces quiera a cuantas personas me apetezca. El resto los compro en su formato electrónico porque no me importan tanto. Hace un tiempo descubrí que las webs de comercio electrónico en las que se adquieren muchísimos de esos libros electrónicos pueden decidir en cualquier momento eliminar dichos libros de sus bases de datos. Como clientes, lo que adquirimos no es el archivo en sí, sino el acceso a leer ese archivo. Por eso son tan importantes las bibliotecas. Tantas lágrimas se derramaron por la de Alejandría y tan pocas por las nuestras…

Estuve estos días buscando un buen reproductor mp3. El origen de esta empresa es similar al que me hizo comenzar a tomarme en serio lo que incorporaba a mis estanterías y lo que no: he dejado de considerarme propietaria de cualquier cosa que no pueda tocar físicamente. También ha contribuido lo harta que estoy de las plataformas de streaming de música. Estoy cansada de los anuncios, les diré. No lo soporto más. No, no quiero que nadie me explique que esos anuncios son lo que mantienen estos negocios a flote, no me importa: no pagan lo que corresponde a los artistas cuya música explotan, ¿por qué iba a importarme su margen de beneficios? Más me importa lo difícil que se ha vuelto transitar este mundo con la atención puesta en una sola cosa.

Durante varias horas repartidas a lo largo del mes me empapé de las prestaciones de los diferentes modelos de mp3 que me llamaron la atención. Algunos eran sumergibles, otros venían en colores espléndidos como verde menta o amarillo pálido. Azul eléctrico, qué maravilla. Todos tenían en común su capacidad de almacenamiento, la mayoría también contaba con conexión bluetooth. Leí las reseñas escritas por clientes igual de meticulosos —y, para qué negarlo, pejigueros— que yo en las páginas web de grandes superficies y almacenes. Me fueron de gran ayuda. Fui más allá y presté mucha atención a los vídeos que algunos de esos clientes dedican en sus cuentas de Youtube o Tiktok a sus recién adquiridos aparatos. Algunos desgranan con particular detalle y poca celeridad cada una de las prestaciones que se atribuyen al objeto que compraron. Me generaron una ternura extraña. Dedico ciento sesenta horas mensuales a ganar dinero, ¿quizá por eso me repatea tanto decidirme a gastar un poco y me pienso tanto las cosas?

Al final terminé decidiéndome por uno de color gris minúsculo con doscientos cincuenta y seis gigas de capacidad. No tiene ningún tipo de conexión a Internet, y fue esto y no otra cosa lo que hizo que lo comprara. ¿Mi siguiente aventura? Ver si puedo hacer que mi antiguo Nokia 3310 se encienda. No me convence eso de estar sempiternamente conectada a los demás. Cuanto menos sepa de la gente, mejor.

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