Opinión

Portugal, en el laberinto

Es admirable la determinación de Luis Montenegro de establecer un cordón sanitario en torno a Chega, tal como hacen franceses y alemanes (entre otros) para aislar al neofascismo

Luis Montenegro

Luis Montenegro / AP

Es desesperante y muy difícil de entender el desinterés crónico español hacia Portugal, el país que comparte la península con nosotros, con el que convivimos políticamente juntos un tiempo (la unión dinástica entre1580 y 1640) y que desde hace casi cuatro siglos vive a nuestro lado, armónico y ejemplar, un tanto anonadado por la potencia exorbitante de Castilla, aun sabiéndose olvidado por el vecino díscolo. Por más que Portugal haya sido siempre más europeo que España.

El desinterés no es simétrico: Portugal vive con pasión las vicisitudes españolas pero los españoles, en general, creen que Portugal es poco más que un simple destino turístico. Y sin embargo, la familiaridad no es tan solo retórica. Con independencia de que en la historia remota compitiéramos por la colonización de ultramar, en la más cercana hemos vivido destinos paralelos. Portugal y España vivieron abominables dictaduras después de la Segunda Guerra Mundial, y el país vecino marcó la pauta a España en 1974, con aquella inefable revolución de los claveles (en abril hará medio siglo) que conmovió los cimientos del franquismo y abrió paso definitivamente al descalabro de nuestra dictadura, que se mantuvo sin embargo un año más, hasta la muerte del dictador, que hizo posible el reencuentro con las libertades. Desde entonces, la república portuguesa y la monarquía española ha mantenido lazos oficialmente amables y estrechos que han dado lugar a una fecunda comunidad ibérica, con un feedback permanente que ha provocado sincronías y parangones no siempre reconocidos. En concreto, Portugal acaba de vivir un período progresista, en un paralelismo claro con la experiencia simultánea española; el PS portugués gobernó con formaciones de más a la izquierda como ha hecho el PSOE, si bien en las generales portuguesas de 2022, el socialista António Costa logró la mayoría absoluta. Dimitido Costa por ciertos indicios de corrupción en su gobierno, en las últimas legislativas portuguesas adelantadas del 10 de marzo, ganó por la mínima la coalición conservadora Alianza Democrática… Pero el rasgo más relevante e inquietante de esa consulta fue el ascenso de la extrema derecha de Chega, que cuadruplicaba resultados y obtenía 48 escaños, que se han convertido en 50 tras el escrutinio del voto del exterior.

De momento, Luis Montenegro, líder de la Alianza Democrática, ha sido designado primer ministro por el presidente portugués Rebelo De Sousa, aunque aquel no cuenta con una mayoría suficiente para sacar adelante sus propuestas, dado que tanto en campaña electoral como después de la consulta, Montenegro ha rechazado cualquier alianza con los ultras. El PS portugués ha garantizado el nombramiento aunque, como es natural, no respaldará los presupuestos ni la ejecutoria conservadora de su antagonista.

De momento, es admirable la determinación de Montenegro de establecer un cordón sanitario en torno a Chega, tal como hacen franceses y alemanes (entre otros) para aislar al neofascismo. En España, en cambio, el Partido Popular, afín en teoría a la Alianza Democrática, se apresuró a pactar con Vox, la versión española de Chega, después de las elecciones autonómicas y municipales del pasado mayo para conseguir el poder en seis comunidades autónomas y en más de cien ayuntamientos. Feijóo no está cómodo con Vox pero no tiene empacho en acordar con este partido lo que haga falta para gobernar.

Lógicamente, en estas circunstancias, el PSOE, que después de las elecciones generales de julio tenía matemáticamente la posibilidad de gobernar el Estado con el apoyo de varias minorías (el electorado cambió la tendencia de su voto para evitar en lo posible un gobierno PP-Vox en el Estado), sacó adelante la investidura de Sánchez y frustró un gobierno de derechas.

En los dos grandes países centroeuropeos, que forman la médula espinal de Europa, la solución extrema de gobernabilidad para impedir el paso a la extrema derecha es la «gran coalición» o similar. Merkel, por ejemplo, utilizó la fórmula tres veces durante su mandato como canciller. En España, Feijóo impidió tácitamente tal posibilidad después de humillarse ante Vox y de aceptar condiciones indignas para cogobernar en numerosos territorios. En Portugal, la derecha ha tomado ya un rumbo que debería servir de ejemplo a sus correligionarios españoles y que tendría que suscitar una reflexión a los socialistas portugueses. Estamos, en fin, en una coyuntura interesante, de cuyo desenlace dependerá grandemente el signo del futuro de la comunidad ibérica.

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