Opinión

Deserciones

Tala de árboles en la plaza Llorenç Villalonga

Tala de árboles en la plaza Llorenç Villalonga / B. Ramon

1. Hace algunos años talaron el ombú de la plaza de la Reina. Era inmenso, su pata de elefante cubría todo el parterre más cercano a Conquistador y de niños lo contemplábamos como la herencia de un relato de Tarzán, un fragmento de África tanto por su morfología como por su nombre: ombú. Nos equivocábamos: el ombú es un árbol natural de América del Sur, no de África y lo nuestro, fantasías morunas. Para quien no lo asociara entonces, aquel ombú era una bellaombra, la misma especie que los árboles que se yerguen, ya no todos, sobre la muralla palmesana, en lo que con muy buen criterio se bautizó, al morir Llorenç Villalonga, como la plaza homónima del escritor y siempre, desde que tengo recuerdos, se llamó ‘La plaça de les belles ombres’.

El ombú de la plaza de la Reina se afianzaba en la tierra como un pulpo en la roca, pero estaba enfermo. Escéptico y, digamos, que con cierta tristeza –no me gusta que se talen árboles que son historia de la ciudad– fui entonces a visitar lo que quedaba de su cadáver. El resto del tronco y la raíz apestaban. Cuando digo apestaban es que apestaban: peor que un cadáver putrefacto. Aquello era, de hecho, un cadáver putrefacto, los restos de un elefante muerto y se me curó el escepticismo de golpe. Como a Ramon Llull al ver el pecho destrozado de la mujer que deseaba, o a Francisco de Borja al contemplar a la reina muerta que amaba. Aquel hedor sólo podía proceder de un cuerpo muy enfermo.

He seguido la polémica sobre la tala de algunas bellesombres de la plaça Llorenç Villalonga, como si fuera la segunda herejía a cometer en ese lugar. La primera fue bautizar un nuevo hotel allí situado como Hotel El Llorenç, sin gracia alguna y con una familiaridad absolutamente irrespetuosa con el nombre del escritor: ya escribí sobre esto en su momento aquí mismo y considero que nadie que ame la literatura debería pisarlo. En esta segunda herejía, los tribunales han sido inapelables y siete belles ombres ya han desaparecido de la plaza y ha vuelto a ganar la intemperie –cuando visité sus restos no percibí pestilencia alguna–, que parece el signo de los tiempos, donde cada vez estamos más sujetos a la intemperie política y moral y a otras pestilencias.

Días antes de esa tala amazónica vi cómo talaban también uno de los grandes pinos frente a lo que fue el Hotel Kursal, pinos que daban nombre al bar cuya terraza estaba protegida por su sombra: ‘Tres pins’. ¿Por qué habla en pasado? Porque después del primer pino talado –en ese momento pensé que debía tener una enfermedad tan secreta como la del ombú de la plaza de la Reina y que el bar tendría que cambiar de nombre y pasar a llamarse ‘Dos pins’–, vino el segundo y el tercero y ahí nada más quise ver de la última operación. Sólo que dejó de estar el tercer pino –no ha quedado ninguno– y fue otra victoria de la intemperie. No sólo: los árboles también hacen la ciudad y sobre todo los árboles que no son de rápido crecimiento, ni decoración instantánea. Palma –otra vez– vuelve a ser menos Palma sin las siete bellesombres de la muralla y sin los tres pinos –romanos por su noble aspecto– del ‘Bar Tres Pins’. Aquellos pinos nos salvaban de la aridez de la calle Espartero y eran un amable prólogo a la calle Sant Magí, o Carrer Gran de Santa Catalina.

O sea que las plazas duras, tienen ahora la complicidad de enfermedades vegetales y peligros botánicos, y siguen triunfando. Qué daño a la vista y al espíritu hace aún la Plaza Mayor a quienes la recordamos con jardín, fuente y parada de taxis blanquinegros.

2. Como triunfa también la sensación de aislamiento con la desaparición de los periódicos en papel. Quizá sea por la relación entre los árboles, la celulosa y el papel, pero si Palma fue durante muchos años un espléndido quiosco de prensa nacional e internacional, ahora se está quedando en nada muy rápidamente. Pertenezco a una generación que fue lectora de prensa, no su esclava. Quiero decir que comprábamos y leíamos bastantes periódicos al día, pero no nos sujetábamos al pensamiento único o a la línea de uno solo de ellos (recuerdo el asiento trasero del coche de Andrés Ferret, saturado de periódicos viejos y nuevos). Esto, que tuvo su esplendor con la eclosión de la democracia, el tiempo fue limándolo sin parar hasta el punto donde hemos llegado: descrédito de una prensa por unos y más descrédito de otra prensa por otros. Mientras tanto vamos perdiendo: libertad de pensamiento, sobre todo, como ocurre –y cito a Teócrito en un fragmento que leí hace días: ‘las personas libres tienen ideas y las sumisas, ideologías’ (doxa en el original)– cuando el desprecio va por delante de la realidad de cosas y personas.

Hace años, en Mallorca no, sino en toda Balears, perdimos el ABC: dejó de distribuirse y el pasado año perdimos La Vanguardia: dejó también de distribuirse. Ambos son dos periódicos clave en la historia y la tradición de nuestro país. Que nadie compra periódicos, que sólo se miran –no leer, sino mirar– a través de internet, que no es rentable su mantenimiento, etcétera, etcétera… es la letanía habitual, y así la prensa se ha quedado en un mero medio de relación con el poder. Tanto de sus propietarios como de los partidos políticos entre sí. Mientras tanto los que fuimos sus lectores apenas lo somos. Y si aún quedan rescoldos de esa costumbre, su desaparición de nuestro territorio contribuye a que se apaguen. Lo dicho: tal vez existan vasos comunicantes entre la desaparición de los árboles y la del papel. Tal vez sea eso, sí.

3. Leo que ha muerto Rosalía Dans. Fue actriz, tenía mi edad y protagonizó algunos desnudos de la serie de TVE ‘Los gozos y las sombras’, que fue un éxito. Después supimos que era hija de una conocida pintora gallega, que vivía en el campo y poco más. Desapareció de la escena nacional muy pronto.

‘Los gozos y las sombras’ se emitió en esa época en que aún comprábamos cinco o seis periódicos diarios y el futuro, en España, estaba teñido de optimismo. Nunca creímos entonces que viviríamos lo de ahora. El desnudo significaba recuperar la sensualidad y la belleza reprimidas por el clero durante cuarenta años y significaba, también, otra apuesta por la libertad, cuando hubiera debido ser una apuesta por la normalidad. La que tenía Rosalía Dans consigo misma. En cuanto a la novela de Torrente Ballester adaptada al formato televisivo, fue un éxito en todos los sentidos y recuperó al ya viejo profesor, de raíces mallorquinas, para la narrativa realista –con El rey pasmado ganaría el Planeta– apartándolo de la voluntad vanguardista de La saga/fuga de JB.

Charo López estaba maravillosa.

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