Opinión | TRIBUNA

Más bosque que nunca, más amenazado que nunca

Aunque a muchos les sorprenda, actualmente en el archipiélago balear disponemos de la mayor superficie de bosque que ha poblado su territorio en los últimos siglos. Según el IV Inventario Forestal Nacional, las islas Baleares disfrutan ahora de 178.000 ha. cubiertas de arbolado forestal denso (un 35,4%). Suponen 70.000 has. más que las registradas a mediados del pasado siglo.

Los terrenos forestales, no sólo son hoy más extensos, sino que están cada vez más poblados de arbolado. La cantidad de encinas, pinos, acebuches, sabinas… no ha dejado de incrementarse en las últimas décadas. Tenemos cada vez más árboles forestales (67,3 millones), cubriendo más espacio y acumulando más biomasa. Estimamos en pie unas existencias de 9 millones de metros cúbicos maderables, el doble que hace 50 años.

La buena noticia es que estas amplias superficies forestales conforman algunos de los hábitats ecológicamente más valiosos de las islas, constituyendo espacios que albergan una enorme biodiversidad y que proporcionan a toda la sociedad balear valiosos servicios ecosistémicos; recarga de acuíferos, conservación de suelos, laminación de avenidas, además de una ingente cantidad de recursos y, singularmente en el marco de su principal actividad económica, unos paisajes excepcionales, sin menoscabo de una relevante capacidad de captura de carbono en un muy preocupante contexto de Cambio Climático.

En definitiva, los bosques de Baleares suponen un inestimable entorno de bienestar para los presentes y futuros ciudadanos de las islas.

Pero la mala noticia es que nuestros bosques se encuentran progresivamente expuestos a perturbaciones cada vez más frecuentes y severas. Estamos viviendo fenómenos meteorológicos y ambientales adversos, antiguamente excepcionales, y que se van estableciendo, en sus extremos de «récord», como una «nueva normalidad»; sequías, temporales, olas de calor, plagas, incendios forestales…, que singularmente están afectando, de forma cada vez más intensa, a la cuenca mediterránea.

No es tiempo de alarmismo, sino de cambiar políticas exclusivamente reactivas. Sustituir respuestas paliativas, que tratan de hacer frente a los daños e impactos causados por estos desastres «naturales» (con enorme coste y escasa eficacia restauradora), por una decidida intervención pública y privada capaz de priorizar acciones preventivas. Resulta imprescindible establecer y anticipar medidas efectivas para limitar de forma planificada y programada, a medio y largo plazo, las potencialmente muy severas consecuencias de las catástrofes ambientales. Urge actuar y recuperar la gestión del territorio agroforestal para la seguridad de las personas, de sus bienes, y de los recursos culturales y naturales que alberga.

Tras cinco décadas de sucesivo abandono de miles de hectáreas de tierras de cultivo marginales y de constante pérdida de valor y aprovechamiento de los productos forestales, los usos del suelo y las características de sus cubiertas vegetales se han visto profundamente modificadas, estableciéndose parámetros de homogeneidad y continuidad en las comunidades forestales arboladas, que generan bosques muy vulnerables y que se encuentran muy alejadas de los hábitats naturales y paisajes culturales originarios.

Ha sido sustituida una estructura territorial en mosaico, defendible, adaptada al uso y disfrute de los recursos agrícolas, pecuarios y forestales en cada rincón de cada isla, por superficies continuas de extensas maquias de ullastre, regenerados de pinar o densos bosques mixtos de encinas y pinos, que sufren una persistente ausencia de gestión. Urge recuperar los paisajes insulares y, especialmente, rescatar a su paisanaje incorporando juventud, formación e innovación para renovar los usos y aprovechar los recursos de los bosques, para recobrar territorios rurales vivos.

Lamentablemente los bosques se han situado fuera de la ecuación del desarrollo económico experimentado por las islas. No obstante, hay que recordar que los terrenos forestales ocupan casi la mitad de la superficie de las Islas Baleares (44%), lo que necesariamente nos obliga, antes mejor que después, a asumir la necesidad de gestionarlos para garantizar la seguridad a sus habitantes, su resistencia frente a las catástrofes naturales, la calidad ambiental y paisajística de las islas y favorecer su adaptación y potencial mitigador respecto a los efectos del Cambio Global. Mucho mejor gestionar ordenadamente estos bosques a que los termine por gestionar el fuego.

Para ello, como recientemente se estableció en la Declaración sobre Grandes Incendios Forestales (iniciativa promovida desde la Fundación Pau Costa con el soporte de cientos de técnicos y bomberos forestales y de decenas de organizaciones implicadas en la conservación de los bosques, como WWF o Greenpeace), hay que lograr gestionar anualmente al menos un 1% del territorio forestal del país.

Este reto supondría actuar preventivamente en unas 2.200 ha/año en Baleares (actualmente, por parte del Ibanat, se interviene en menos de 250 ha/año, un 10% del mínimo imprescindible). Sin duda, cumplir semejante objetivo exige financiar y movilizar a los propietarios forestales y a la administración autonómica para revertir la situación de abandono y promover acciones a medio y largo plazo que preparen al bosque y al territorio para ser resistente a los fuegos que se sitúan fuera de capacidad de extinción, a las perturbaciones ambientales y especialmente, al cambio global que de forma tan contundente está afectando y va a afectar a toda la región mediterránea.

Sirva el ejemplo de que tan sólo se ha logrado, a pesar de los esfuerzos de la administración forestal de la CAIB, intervenir en la restauración ambiental de una mínima proporción (mucho menos de un 5%) de la superficie forestal devastada en la Serra de Tramuntana por los fuertes vientos y las grandes nevadas provocadas el temporal Juliette. Es necesario asumir esta situación y comprometernos en resolver, con una gestión agroforestal activa, la defensa de los ecosistemas forestales de las islas. Necesitaremos muchos años para recuperar ambiental y culturalmente unos paisajes adaptados, vivos, resistentes y seguros. Pero, más difícil y complejo será proteger los hábitats forestales (y a sus habitantes), cuanto más tardemos en asumir la necesidad de modificar actitudes pasivas e invertir recursos en adaptarnos a la emergencia climática y a los futuros (presentes) riesgos que hemos de enfrentar.

Para resumir, la conservación de nuestros bosques exige anticipar una intervención inaplazable, ordenada y persistente para adaptarse al cambio global que tan directamente nos afecta. Urge una selvicultura activa y preventiva. Recordar que, para protegernos de los grandes incendios, la extinción tan sólo es una respuesta; la solución es la prevención.

Prevenir es actuar.

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