Opinión | Concejal de Vox en el ayuntamiento de Valencia

Limón & vinagre | José Gosálbez: Si saben cómo se pone, ‘pa’ qué lo invitan

José Gosálbez, concejal de Vox en el Ayuntamiento de Valencia, durante un debate en un pleno municipal.

José Gosálbez, concejal de Vox en el Ayuntamiento de Valencia, durante un debate en un pleno municipal. / Miguel Ángel Montesinos

Si la gente que vive en Australia no se cae, significa que la tierra es plana, y si esta mañana ha refrescado, quiere decir que el cambio climático no existe. A menudo, la ciencia, demasiado pendiente de investigar, estudiar, experimentar y analizar, olvida prestar atención a esos sencillos detalles que bastan para demostrar cuán equivocados están quienes se dedican a ella. José Gosálbez, concejal de Vox en el Ayuntamiento de Valencia, no es de los que se dejan engañar, así que aprovechó una conferencia internacional en su ciudad, llamada precisamente Conservación y gestión de humedales ante el cambio climático, para abrirles los ojos a todos los allí presentes, cargando contra lo que calificó de «alarmismo climático». Poco deberían esperar los asistentes a la conferencia, llegados de todo el mundo, que Gosálbez les enmendaría la plana al poco de tomar asiento. Que en una conferencia sobre cómo afecta el cambio climático a los humedales alguien empezara asegurando que no existe tal cambio climático, sí que debían sospecharlo; al fin y al cabo, venían a España, donde lo que un día fue terrorismo al día siguiente deja de serlo, si ello conviene para continuar en el poder.

—No hace falta que vengan aquí a discutir nada. El cambio climático no existe, ya pueden regresar a sus casas —vino a decirles en unas originales palabras de bienvenida.

El concejal Gosálbez está a cargo en Valencia de La Devesa-El Saler, y uno se lo imagina tan responsable de su puesto que cada mañana se da un paseo por este entorno gritándoles a los pinos y a los eucaliptos que dejen de lamentarse, que el cambio climático es una estafa, y que, si hoy hace calor, mañana va a hacer frío. Lo mismo a los conejos y a las perdices, que capaces son de creerse el timo ese y buscarse otro lugar donde vivir. Si algún paseante se topa con un señor enjuto y sin pelo gritando a la flora y a la fauna de El Saler, no se alarme ni llame a emergencias psiquiátricas: se trata de Gosálbez, ejerciendo de concejal.

En el congreso en que iluminó con su entendimiento a los expertos, Gosálbez bautizó como «religión climática» al cambio climático, nótese el ingenio del concejal. Uno podría pensar que, tratándose de un político de Vox, «religión climática» es un elogio; poca gente existe más religiosa y pía que los militantes de dicho partido. Nada más lejos de la realidad. Lo que pretendía Gosálbez era abrir los ojos a la comunidad científica, haciéndole ver que el cambio climático son patrañas sin fundamento, mitos para el consumo de fieles, escrituras apócrifas de las cuales nadie ha comprobado su veracidad. El congreso de Valencia era el momento oportuno para pasar del mito al logos, y José Gosálbez, el encargado de llevarlo a cabo. Él tenía las pruebas ante las que los científicos se inclinarían.

—Ayer por la noche, al salir a pasear, tuve que ponerme una rebequita porque refrescaba —revelaría el audaz concejal a los científicos que quisieron escucharlo, ante el estupor e incredulidad de estos.

A veces basta con que alguien, más valiente que el resto, haga una declaración de este calibre, para que otros se atrevan a su vez a confesar:

—Ya que lo dice, yo la semana pasada me vi obligado a poner otra manta en la cama; estaba cogiendo frío en los pies.

Y así, uno tras otro, todos demostrando que el cambio climático es una «religión climática». ¿Cómo pueden sostener los científicos que el clima es cada vez más caluroso si un concejal de Valencia asegura lo contrario? Se ha comentado mucho que algunos de los asistentes al congreso se levantaron y se marcharon al escuchar las palabras de Gosálbez, dando a entender que lo hicieron molestos por sus palabras. Lo cierto es que iban a su hotel a coger ropa de abrigo; así de convencidos quedaron después de escuchar al intrépido concejal. Habían salido en mangas de camisa y temían pillar un resfriado en cuanto bajaran las temperaturas.

La novela de Blasco Ibáñez Cañas y Barro transcurre también en La Albufera, si bien a finales del siglo XIX, por lo que no andaba por aquellos parajes ningún concejal gritando a las lagartijas que el calentamiento global era un embuste. Cuando Tono y su hijo Tonet se empeñan en cubrir de tierra su laguna para convertirla en finca, ignoran que, más de un siglo después, un tal Gosálbez les aconsejaría no perder el tiempo, que lo que tenga que ser, será, y más vale no luchar contra los elementos. En La Albufera de entonces mandaba Cañamel, y en la de ahora lo hace el concejal, menudo es él para que algún científico venga a discutir sus opiniones sobre el cambio climático en una conferencia sobre cambio climático.

—Si ya saben cómo me pongo, pa qué me invitan —responderá a quienes están reclamando su dimisión.

Suscríbete para seguir leyendo