Opinión | DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER | TRIBUNA

Palestina, el feminismo y las luchas por la vida

Palestins al costat d'edificis destruïts pels bombardejos a la Franja de Gaza

Palestins al costat d'edificis destruïts pels bombardejos a la Franja de Gaza / Mohammed Talatene/dpa

El 31 de diciembre de 1995, en el estado mexicano de Chiapas, la Mayor de Infantería Ana María, mujer indígena de la comunidad Tzotzi, leyó por primera vez la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona. Ana María, que había comenzado a participar en los movimientos pacifistas de los Altos de Chiapas a los 8 años, se había unido al Ejército Zapatista de Liberación Nacional a los 14, siendo una de las primeras mujeres en hacerlo y convirtiéndose en una de las lideresas más visibles del movimiento indígena mexicano. «Nuestra lucha es por la vida, y el mal gobierno oferta muerte como futuro», proclamó la Mayor desde la comunidad zapatista de Oventic. Y tenía razón.

Las mujeres zapatistas son ejemplo de la tradición revolucionaria de los movimientos de mujeres en defensa de la paz y de la vida, una tradición que se extiende a lo largo y ancho de la historia y las fronteras y que es también el motivo por el cual la conmemoración del Día Internacional de la Mujer se celebra el 8 de marzo. Pese a que han sido las huelgas textiles estadounidenses y los incendios de las fábricas Cotton (1908) y Triangle Shirtwaist (1911) las que han quedado instauradas en el imaginario colectivo como germen de la celebración del 8M, aquellos funestos eventos no sucedieron en esa fecha. Sin embargo, el 8 de marzo de 1917 las obreras textiles de la ciudad de Petrogrado se levantaron en una gran manifestación que clamaba «Pan, Paz y Tierra» y que terminó catalizando en la conocida como Revolución de Febrero, primera etapa de la Revolución Rusa.

Así, desde lugares tan distintos como Rusia, Liberia, Colombia, Afganistán, Estados Unidos o Siria, las reivindicaciones por la paz y el fin de las guerras imperialistas están en el ADN de una genealogía feminista que ahora debe centrar su articulación política en torno a lo que está pasando en Gaza. Porque el genocidio planificado que está perpetrando el estado de Israel contra el pueblo palestino es la faceta más descarnada de un sistema económico y geopolítico neoliberal e imperialista que propaga muerte. Y el feminismo es, ante todo, una lucha por poner la vida en el centro. Frente a las propuestas necropolíticas de quienes, como Von der Leyen o Macron, hacen sonar tambores de guerra con la única voluntad de alimentar la industria armamentística que mantiene a flote sus economías a costa de la vida de millones de civiles, las feministas debemos defender de manera firme y prioritaria una paz justa y duradera. No una paz cobarde y sin memoria, sino una paz que repare, que se construya sobre la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición. Porque, tal y como expresó la lideresa de Mujeres de Liberia Acción Masiva para la Paz y Premio Nobel, Leymah Gbowee: «La paz no es la ausencia de guerra, sino la plena expresión de la dignidad humana».

Por eso, con motivo del Día Internacional de la Mujer, este marzo no hay demanda más importante para el movimiento feminista organizado que la de reclamar un alto al genocidio en Palestina, el fin del comercio de armas con el estado terrorista de Israel, la imposición de sanciones y el fin de las relaciones diplomáticas. No hay causa feminista más urgente, más justa y más necesaria. Porque nuestra lucha es por la vida y contra todas las violencias patriarcales. Y la guerra es, sin duda, la mayor de todas ellas.