El Castell de Bellver, los árboles y los monumentos

El Castell de Bellver

El Castell de Bellver / DM

H ace unos días apareció publicado en Diario de Mallorca un artículo en el que se defendía la necesidad de evitar que la cortina vegetal del bosque de Bellver impidiese la visión del castillo, posteriormente el diario ha dado más información sobre el tema. Hace tiempo que quería decir algo sobre este asunto, aun corriendo el riesgo de que posiblemente surgirán opiniones contrarias. Por ello vaya por delante que soy un defensor acérrimo de la naturaleza, y de los árboles, devoto del poeta romano Tito Lucrecio Caro (S. I a C.) y de su obra De Rerum Natura (’De la naturaleza de las cosas’), uno de los más importantes poemas de la lírica romana. En sus seis libros que componen la obra dice que la naturaleza es la única maestra de la vida. En este texto poético y filosófico defiende la realidad del universo, al tiempo que intenta liberar al hombre del temor a la muerte y a los dioses, invita a conocer mejor la naturaleza y el entorno del infinito. Los árboles para Lucrecio representan la vida, la estabilidad y la conexión con la tierra, su crecimiento, sus hojas, sus flores, sus frutos, simbolizan el ciclo de la vida y de la muerte. Los árboles, dice Lucrecio, tienen raíces profundas que los conectan con la tierra y a través de ellos busca entender los fundamentos de la existencia. El naturalista Joaquín Araujo, en su libro Los árboles te enseñan a ver el bosque, invita también a sumergirse en la naturaleza de los montes. El botánico australiano Maxwell R. Jacobs (1905-1979), profesor de la Universidad de Adelaide —Australia—, publicó un interesante estudio sobre el comportamiento de los árboles, The Crown shyness —la timidez de copas (de los árboles)—, en el que explica la vida y sensibilidad de las arboledas y el extraño fenómeno por el que las copas de los árboles dejan de crecer justo cuando su progreso y crecimiento se acerca a otro árbol para que sus respectivos desarrollos no se perjudiquen. En fin, sin árboles no habría vida, no habría pájaros y tampoco podríamos pensar en árboles sin los pájaros que en ellos descansan y anidan. Los arboles son seres vivos que proporcionan oxígeno, recogen agua, captan dióxido de carbono y son bellos.

Sin embargo, cuando una especie arbórea de gran crecimiento y su altura no es controlada y están cerca de un monumento, su tamaño puede convertirse en un cortinaje vegetal que oculte el edificio. En estos casos es necesario que la variedad y tamaño sea armonioso y que en el futuro respete la arquitectura de la edificación. No se puede impedir la visión de los monumentos, pues estos edificios son parte esencial de la historia y de la cultura. Si los árboles bloquean su visión entonces distorsionan la avenencia que debe de existir entre monumento y vegetación, hay que cuidar su ubicación y tener en cuenta cuál será su desarrollo futuro para asegurarse que no entren en colisión. Para ello es necesario que las especies que se planten sean las adecuadas y que su tamaño en la madurez no acabe siendo un impedimento y, si esto ocurre, se debe de efectuar una poda cuidadosa y selectiva de las ramas. Estas consideraciones no se han tenido en cuenta en el pasado por parte del Ayuntamiento de Palma y hoy no es posible ver el Castell de Bellver desde ninguna parte de la Ciudad. Unos pinos plantados demasiado cerca del Castillo han crecido y entran en conflicto con la visión del magnífico edificio, un castillo circular, iniciado en el año 1.300 por Jaume II, nuestro rey privativo, y que ha formado parte de la Palma monumental, junto con el Palau de la Almudaina, también afectado por el tamaño del arbolado de S’ Hort del Rei, Sa Llonja, por unos enormes ficus situados junto al edificio de Sagrera o El Grand Hotel, obra de Domenech i Montaner, cuya extraordinaria fachada se ve afectada por un enorme platero. El Grand Hotel es el mejor exponente del Art Nouveau, arquitectura modernista, que se desarrolló brillantemente, también en Mallorca, en S. XIX.

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