AL AZAR

Putin también mata en España

Matías Vallés

Matías Vallés

V ale que seguimos muy atareados desentrañando la etimología de «zorra», pero la actualidad no se detiene en el diccionario. Entre las noticias infravaloradas, sobresalen los vecinos de Barbate que jalearon el asesinato de guardias civiles a cargo de narcotraficantes, para ovacionar después a los asesinos ya detenidos. La atención dispensada a esta manifestación popular ha sido mínima, en proporción al riesgo de disolución del Estado, además de incomprensible al compararla con el ruido que hubiera desatado la citada conducta en Cataluña o Euskadi.

Para la identidad nacional resulta todavía más preocupante el silencio cómplice del Estado, ante la constatación de que los esbirros de Putin matan alegremente en Alicante, y después presumen públicamente de la eliminación de un desertor. Si la opinión dominante no estuviera tan concentrada en etiquetar de etarras al medio millón de votantes del BNG, tal vez hubiera advertido que un país que se jacta de asesinar a personas en el territorio de otro, ha efectuado una declaración de guerra. El mismo día en que el mundo incluida España lloraba la ejecución de Navalni, la segunda de las entidades citadas ocultaba bajo la alfombra una muerte con idéntico autor.

Por un principio meramente contable, perseguir a una persona a tiros de munición rusa hasta matarla adquiere más gravedad que todo el terrorismo inventado en el procés. Rusia ha atentado en Alicante contra la esencia del Estado, y se permite bravuconear de que «este traidor y delincuente se convirtió en cadáver en el momento en que planeó su crimen». Con todo el respeto para los olfateadores de terroristas, los manifiestos homicidas a cargo de países que invaden a sus vecinos producen más miedo que los gamberros independentistas. La maquinaria geoestratégica conservadora ha decretado que el Kremlin invade Europa por Cataluña. En cambio, los hechos tozudos apuntan a que Putin se ha infiltrado en otras regiones españolas. A tiros, porque hay vicios difíciles de erradicar.

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