Elegía a Miguel Florit

No es que, como he leído, seas un buen hombre, no, es que la naturaleza no te hizo para ser otra cosa

José Castro Aragón

Desde que te empecé a tratar ya te quise, pero no como se quiere a una madre, menos aún como se quiere al dinero, simplemente como se quiere a un amigo de alma de los que quedan pocos, y ello a pesar de que no tuviste el detalle de despedirte. La expresividad no fue precisamente tu fuerte y no siempre tenía claro si en realidad me tuviste como amigo o simplemente como compañero de trabajo hasta que se acercaba el tiempo del arroz de pescado que cocinabas en Can Picafort y me invitabas. Esa era la contundente prueba de amistad que cada año confiaba que me llegaría de ti y nunca me fallaste, y no sonrisas ni saludos de pasillo para los que el destino nunca te acondicionó lo suficiente y que lo mismo se prodigan a quienes bien te caen como a quienes aborreces. No es que, como he leído, seas un buen hombre, no, es que la naturaleza no te hizo para ser otra cosa. La suerte no siempre te acompañó pero quién necesita estar a la espera de volcar la carta más alta para ser feliz cuando tú encontraste la felicidad en la dulzura de las cosas más sencillas. 

Miguel, nunca pudiste imaginar en vida el hueco que dejarías y pienso que lamentablemente no he llegado a tiempo para decírtelo. Gracias.

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