Al Azar

Una red social que mata a gente

Matías Vallés

Matías Vallés

Si todas las personas que denuncian la omnipresencia del porno en internet no consultaran nunca páginas de contenido sexual, desaparecería el sector fundamental y más próspero de la industria digital. El acoso a los tecnomagnates el pasado miércoles en el Senado estadounidense por su impagable contribución a los abusos a menores, olvida que las redes sociales no llegaron para salvar el mundo, solo para reflejarlo. Los senadores fingían asombrarse ante Mark Zuckerberg de que Facebook no se limite a anunciar los horarios de una pizzería, sino que diversifique a la promoción de la pederastia. Al facilitar la comunicación, se acelera el crimen, las alertas sobre los contenidos sexuales con niños no disuaden, promocionan.

Sin descontar la envidia, claro. Los tecnomagnates son miles de millones de veces más inteligentes que yo, me atrevo a decir que la relación se mantiene con usted. Sin embargo, al comprobar las limitaciones expresivas en público de Elon Musk o Zuckerberg, dan ganas de trabajar de billonario. Las doctas excepciones de Bill Gates o el desaparecido Steve Jobs no aclaran la correlación entre inteligencia y fortuna. Respecto a su implicación personal en la promoción de los abusos sexuales, están demasiado ocupados ganando dinero para que se les distraiga con cuestiones menores, literalmente.

La sociedad no suele exigir justicia, solo consuelo. Puede cultivarlo recordando que, de no existir las redes sociales corruptoras, la salud mental comprometida hubiera empeorado por otras vías. Es injusto subestimar la capacidad del ser humano para complicarse la vida en esta tierra. La catarsis del vapuleo a los tecnomagnates en el Senado se ha sintetizado en la frase del Republicano Lindsey Graham a Zuckerberg, «su producto está matando gente, tiene usted las manos manchadas de sangre». Coincide no casualmente con la frase de Oppenheimer a Truman, «tengo las manos manchadas de sangre». El presidente norteamericano le ofreció al científico un pañuelo para limpiarse, y concluyó que «no quiero volver a ver a este hijo de perra llorón». Palabra arriba o abajo, seguro que coincide con la reacción que el creador de Facebook no acertó a verbalizar.

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