Nadal y sus paradojas

Los seres humanos somos tipos capaces de justificar lo injustificable, de vivir engañados y engañando

Ángela Labordeta

Ángela Labordeta

No sé si el tenista Rafael Nadal tuvo o no un dilema a la hora de aceptar la oferta de Arabia Saudí para convertirse en el embajador de su tenis. Imagino que sí, porque es un hombre lo suficientemente inteligente y pragmático, aunque no hace falta ser ninguna de esas dos cosas para intuir el torrente de críticas que esa decisión iba a despertar, al tratarse Arabia Saudí de un país, como tantos otros, donde no se respetan los derechos humanos.

Pero Nadal tenía dos opciones y ambas tenían una parte positiva y otra negativa; si decía que sí sabía que las críticas no se harían esperar, pero su cuenta bancaria engordaría notablemente y si decía que no aquellos que ahora lo critican alabarían su decisión, pero dejaría de cobrar 500 millones de euros, cifra nada desdeñable. Así que en esa paradoja debió andar Nadal durante algunos días, quien finalmente dijo que sí, lo que le ha convertido desde hace unos días en el embajador de la federación saudí de tenis.

¿Es criticable su decisión? Yo no voy a hacerlo porque nadie sabe exactamente cuál sería su respuesta ante un contrato de este tipo y todos sabemos que los seres humanos somos tipos capaces de justificar lo injustificable, de vivir engañados y engañando, a pesar de saber que el horror se encuentra a la vuelta de la esquina o tras esa tapia que separa la felicidad del dolor y que bien puede ser la metáfora entre el tenis y la vida que no viven las mujeres en Arabia Saudí, ni los partidos políticos ni los sindicatos, que allí están prohibidos para que las cosas solo se puedan hacer de una manera, sin oposición ni resistencia.

Pero Nadal tenía todo el derecho a decir que sí y si bien pueda ser criticado desde un punto de vista ético, moral incluso, la crítica no puede ser la llave que abre todas las cajas de Pandora para echar por tierra toda la trayectoria de un tenista que ha sido el número uno, que ha hecho vibrar a millones de personas y que siempre ha mostrado una actitud muy ecuánime, mostrándose servicial, nada vanidoso y terriblemente humano.

Y ahí es donde radica la segunda paradoja. Epicuro dijo: «Si Dios puede y no quiere, no es bueno; si quiere y no puede, no es omnipotente». Algo así ha pasado con Nadal. «Si Nadal dice que sí, pudiendo decir que no, no es bueno. Si Nadal dice que no, pudiendo decir que sí, es un ser humano perfecto». Conviene no olvidar que el ser humano no es perfecto.

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