Una ibicenca fuera de Ibiza

Una proposición indecente

Rafa Nadal.

Rafa Nadal. / EP

Pilar Ruiz Costa

Pilar Ruiz Costa

En Una proposición indecente (1993), un matrimonio (Demi Moore y Woody Harrelson) busca un golpe de suerte en Las Vegas que los salve de sus apuros económicos. Allí, el millonario John Cage (Robert Redford) se encapricha de la señora Murphy y les ofrece un millón de dólares a cambio de una noche con ella. Alerta espóiler —y especial advertencia a los románticos—: la pareja dice sí.

Como la realidad vaya que supera a la ficción —y aprovechando que ya les tengo el corazón roto—, cada tanto nos llega un nuevo tráiler donde el caprichoso caballero talonario en mano lo interpreta un jeque árabe que sonríe mostrando al mundo la nueva damisela que se ha comprado. La última incorporación al harén del petrodólar ha sorprendido a muchos —decepcionado a otros tantos—: Rafa Nadal, nuestro Rafa. El disgusto no es por constatar el tópico de que «el dinero lo compra todo», sino porque en el fondo sabemos que solo compra lo que está en venta.

«Mires donde mires en Arabia Saudí puedes ver crecimiento y progreso, y me emociona formar parte de ello», alega nuestro deportista más internacional en el comunicado emitido por la federación saudí de tenis anunciando a su nuevo embajador. Y aunque no ha trascendido el millonario acuerdo sabemos que la emoción solo es sincera cuando no va acompañada de una retribución económica. Fuera de las pistas, a Rafa Nadal lo vimos emocionarse por «formar parte de ello» cuando participó de las tareas de limpieza de la torrentada que asoló Sant Llorenç de Cardassar en 2018 y acabó con la vida de 13 personas. Nos emocionó a todos cuando ofreció sus instalaciones deportivas a todos los afectados que las necesitaran. Y nos emocionamos con él cuando el pueblo le pagó, no con un cheque, sino nombrándolo hijo adoptivo. Esas cosas que el dinero no puede comprar... Pero solo quien haya rechazado una noche con Robert Redford puede tirar la primera piedra. Quien la haya rechazado sin conocer el apuro económico, solo por el egoísta placer de que pesa más en la balanza el legado que el dinero.

Sin darnos apenas tiempo a recuperarnos de que nuestro paisano, el golfista Jon Rahm, vigente campeón del Másters de Augusta, pasara de sacar pecho por haber rechazado la oferta de los árabes: «¿Cambiaría mi vida por 400 millones de dólares? No. En realidad, nunca he jugado por razones económicas. Lo hago por amor a este deporte. Mi corazón está con el PGA Tour —el principal circuito estadounidense de golf y, de momento, el más importante del mundo—», a anunciar que deja el PGA Tour: «Estoy orgulloso de unirme a LIV —el circuito de golf fundado en 2022 con el auspicio del fondo de riqueza soberano de Arabia Saudí— y ser parte de algo nuevo que está aportando crecimiento al deporte. No tengo ninguna duda de que ésta es una gran oportunidad para mí y mi familia y estoy muy emocionado por lo que pueda deparar el futuro». Una emoción que acompaña la puja final de 500 millones de dólares.

Como para mirar un cuadro de puntillismo, hay que alejarse una cierta distancia para discernir que lo que nos parecen puntos aislados no son en realidad más que partes de una planificada obra conjunta. Pero en este caso que nos ocupa, estos puntos no son fruto de esfuerzo o talento, sino de alguien sin más arte que el dinero que se está dedicando a comprar trazos de Las meninas, La maja desnuda o el Gernica hasta dejarlas a jirones.

Arabia Saudí muestra al mundo su nueva adquisición para la vitrina que ya acumula la Supercopa de Italia y de España —esta última gracias a la verbigracia y millonarias comisiones de Luis Rubiales y Gerard Piqué porque las mujeres no lloran, las mujeres facturan pero tela con algunos hombres—, en lo que empezó adquiriendo ligas, equipos y jugadores de fútbol y se fue extendiendo a Fórmula 1, Moto GP, golf… y ahora, tenis. Un sinfín de propuestas indecentes y de matrimonios en Las Vegas diciendo que sí. ¿Todos? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste, todavía y como siempre, al invasor. Lo hemos visto en el golfista Tiger Woods, 15 veces ganador del torneo Grand Slam, que rechazó una oferta de entre 700 y 800 millones criticando la decisión de los que se marchan «aceptando dinero de un país con un pésimo historial de derechos humanos y dando la espalda a lo que les ha permitido llegar donde están». Lo hemos visto esta semana en el futbolista del Real Madrid Toni Kroos, abucheado en Arabia Saudí cada vez que tocaba el balón en una grada mayoritariamente del Real Madrid por sus manifestaciones: «Jamás jugaría allí; la falta de derechos humanos me lo impediría. Se ha llegado a comentar que allí se juega un fútbol ambicioso, pero todo gira en torno al dinero. Irse a Arabia es una decisión por el dinero y contra el fútbol». En la ajedrecista ucraniana Anna Muzychuk, que en 2017 renunció a sus títulos como campeona del mundo al negarse a participar en el Campeonato del Mundo celebrado allí porque no quería estar «en un país donde no se respetan los derechos de la mujer». O el cantante Rod Stewart, que rechazó más de un millón de dólares: «Estoy agradecido de tener la opción de actuar o no en Arabia Saudí. Muchos ciudadanos allí tienen sus opciones extremadamente limitadas: las mujeres, la comunidad LGBT, la prensa…».

Y aunque podría dejar aquí solo al lector pensando si dado el caso aceptaría esa noche loquísima con Robert Redford o seguiría durmiendo solo, sin más compañía que sus ideales; desgranando esas sutiles pinceladas que marcan la diferencia entre el valor y el precio, con un Have I told you lately that I love you a la voz de Sir Rod Stewart, por ejemplo... permítanme despedirme con otro compatriota incomprable: Joan Manuel Serrat.

«Queriéndola de verdad como la quiero, puse mi vida a sus pies y me rendí. Pero no quiso mi vida, solo me pidió dinero, dinero, para irse más lejos de mí… […] Queriéndola de verdad como la quiero, cuanto más dinero mande, más se alejará de aquí. ¿Qué tal si voy a buscarla disfrazado de dinero, dinero… y los dos juntos huimos de mí?».

@otropostdata

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