Sácame al multirreincidente
Ya sé que también son inmigrantes los que limpian mi casa, cuidan a mis mayores y exploto en mi negocio, pero esos son los buenos
Sí, sácamelo de encima. Siempre que sea inmigrante, por supuesto. Quítamelo, envíalo de vuelta. ¿A dónde? Pues a su país, claro. Y, en un acto de magnanimidad, lo devolveremos en avión. No hará falta que vuelva a jugarse la vida en una patera. Aquí somos buenas personas. Demasiado, por eso vienen y nos roban lo que es nuestro. ¿A quién se le ocurre infectar nuestros dominios? Y tú no me vengas con defensas ni soflamas. Estoy harto de tanto buenismo.
Sí, claro, ya sé que también son inmigrantes los que limpian mi casa, cuidan a mis mayores y exploto en mi negocio, pero esos son los buenos. Sumisos y calladitos. Como los esclavos de los antepasados. Ay, qué tiempos. Los obedientes pueden quedarse, pero es importante que tengan muy presente sus límites. Que sepan que aquí no son como nosotros. Que aún hay clases. Y razas y acentos y costumbres… Si se portan mal, fuera. Aquí, los únicos que podemos robar de forma continuada somos los de casa. Si no nos pillan, claro. Aunque, por suerte, nosotros gozamos de algunas ayuditas de la justicia. Como tiene que ser.
Lo dicho, ¡fuera los multirreincidentes inmigrantes! Se tiene que repetir alto y claro. Que los titulares también recojan nuestra propuesta. Que la idea cale en las calles. Y que se callen ya los que protestan con sus lamentos de beata. ¿Que no es posible? ¿Que tiene que ordenarlo un juez y es necesario un acuerdo entre países? ¿Que si pienso en los empadronados o en los que vagan sin papeles? A ver, es que no te enteras de nada. ¿Te crees que a mí me importa esa chusma? Yo no estoy por los detalles, menos aún por la realidad. Se trata del relato. Habrás oído hablar del relato, ¿verdad? Consiste en crear historias efectivas que cautiven a los ciudadanos. Y hacerlo mejor que los adversarios políticos, por supuesto. ¿Qué dices de la convivencia? Mira que eres cenizo.
Sí, que me saquen los multirreincidentes inmigrantes de encima. Y, si no me los sacan, tampoco pasa nada. Porque, en realidad, la suerte que corra ese puñado de desgraciados no me importa. De lo que se trata es de amedrentar a los otros y de envalentonar a los nuestros. De situar a los inmigrantes en el centro de la diana y de repartir dardos a los autóctonos. Unos, los chivos expiatorios de todos los males. Los otros, distraídos con el jueguecito. Y, nosotros, sacando tajada de todo. No sabes lo práctica que resulta esta estrategia. ¿Qué sí lo sabes? No me vengas ahora con lecciones de la historia, por favor. Aburres hasta a las ovejas.
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