Una España postconstitucional

El Rey ha tenido que salir a defender lo evidente; quizás demasiado tarde, cuando ya el estropicio se ha hecho ostensible y cuando parece que nos dirigimos hacia una España postconstitucional, es decir, constituyente de algo distinto

El rey Felipe VI en su tradicional discurso de Nochebuena desde Zarzuela.

El rey Felipe VI en su tradicional discurso de Nochebuena desde Zarzuela. / EP

Daniel Capó

Daniel Capó

En su tradicional discurso navideño, el Rey defendió la Constitución como eje de la democracia. Y no podía ser de otro modo tras la experiencia de la II Guerra Mundial, que ligó de manera irrevocable –o, al menos, eso pensábamos– la experiencia democrática con la garantía legal e institucional que aportan las constituciones. Cabe asimismo una lectura inversa, a saber: el deterioro constitucional conlleva también un debilitamiento de la democracia. Y eso es lo hemos vivido en los últimos años, hasta el punto de que el Rey ha tenido que salir a defender lo evidente; quizás demasiado tarde, cuando ya el estropicio se ha hecho ostensible y cuando parece que nos dirigimos hacia una España postconstitucional, es decir, constituyente de algo distinto.

El régimen del 78 fue un gran experimento que salió bien hasta que empezó a ir mal. Se han buscado muchas razones para explicar este vuelco, sin que nadie sepa exactamente dar con el motivo definitivo. Yo me inclinaría por pensar en las personas concretas. El marxismo ideológico ha hablado con frecuencia de las estructuras del mal, sin saber identificar con el mismo rigor las estructuras del bien; tal vez porque estas sólo son tangencialmente institucionales. Tocqueville lo expresó de otro modo, al subrayar en La democracia en América que, para el funcionamiento democrático, mucho más que las leyes y las instituciones, lo es importante es la cultura: la suma de virtudes y valores que otorgan solidez a un país. Las personas –las personas concretas– son las que hacen que salga adelante la sociedad, sus instituciones y sus leyes. Quiero decir que el 78 empezó a malograrse cuando las elites políticas y funcionariales iniciaron su declive intelectual. Hoy son de curso corriente ciertos supuestos emocionales o ciertos discursos temerarios que no se hubieran aceptado hace unas décadas y que se han incorporado sin pudor a los relatos oficiales. Es un problema español, aunque no sólo español como podemos comprobar observando la política internacional.

En el mismo sentido, cabe pensar también en una lenta pero inevitable sustitución generacional que ha dicho adiós a la prudencia de los que conocieron la dictadura, para dar paso a la irresponsabilidad de los nuevos demiurgos. Ha sido posible, pero no tenía por qué ser así. El desconocimiento de la historia siempre resulta problemático, más aún en una sociedad que idolatra los mitos históricos sin el reverso de un escepticismo informado, olvidando además que el conocimiento del pasado siempre exige algún tipo de implicación personal.

Sean cuales sean las razones que explican la situación actual de España, la firme defensa constitucional que hizo el Rey sugiere algo preocupante: que solamente se defiende lo que se encuentra ya muy deteriorado. Después de que los nacionalismos y la izquierda hayan cruzado el Rubicón, no falta sino que la derecha realice un movimiento similar. Sólo es cuestión de tiempo para que tome esta decisión. Al final, cuando la realidad se impone, no queda otro remedio que aceptarla; incluso para ir en contra. Y la realidad nos dice que la deconstrucción constitucional de España está en marcha y que este es el paso previo a un momento constituyente en el cual al PP no le quedará más remedio que terminar entrando. ¿Hacia dónde nos encaminamos? Ya se verá, pero desde luego a un lugar distinto que no será mejor si nuestros dirigentes tampoco lo son. Como un círculo virtuoso, la calidad genera calidad. Y no debería ser otra la solución a nuestros males.

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