Tribuna

Hacia una tregua de País

Xavier Cassanyes

Xavier Cassanyes

Es de dominio público que Núñez Feijóo fue a Madrid a recoger la llave de la Moncloa. Se había creído casi todas las encuestas que preveían otro varapalo para la izquierda.

Sí. En las municipales y autonómicas el PSOE, y sus socios de la izquierda, recibieron un fuerte correctivo que no se merecían sus líderes regionales, pero sirvió para que el presidente, asumiendo la derrota como personal, tomara la audaz decisión de convocar elecciones de inmediato. Y esa fue su mayor fortaleza: mover el tablero. Transmitir que había captado el mensaje de que algo no habría hecho bien y obligar a una rápida composición de Sumar. Como se dice, controlar los tiempos. Con más meses por delante, Yolanda Díaz y los demás promotores de Sumar se hubieran enzarzado en matices y personalismos descarrilando el proyecto. Véase el ¡prieta las filas! de los de Podemos; los alaridos vengativos de Irene Montero e Ione Belarra en el traspaso de carteras a sus sucesores.

La lección de 23-J fue una reválida al gobierno de coalición mientras que el partido popular accedía a la presidencia de la mayoría de los gobiernos que se disputaban el 28 de mayo.

El PP asumió el poder regional, salvo en Madrid, de la mano de Vox. Y esa dependencia de la ultraderecha tiene anclada a la derecha tradicional en los diques del inmovilismo y la nostálgica política. La ultraderecha, en España como en el mundo, tiene su primera línea estratégica en desmantelar las zonas de interlocución social. Es decir, el pluralismo. Para, en una segunda fase, imponer sus principios ideológicos una vez inhabilitados los canales de oposición. Esa estrategia aboca a una mayor radicalización ideológica en la derecha sociológica en perjuicio de ese PP que aspira a reeditar alianzas centristas para tener opciones de gobierno nacional.

Ante esa perspectiva, la forma de trastocar esa estrategia no puede ser otra que el acercamiento pragmático del PP a la centralidad, abriendo los gobiernos regionales a la colaboración tácita con el PSOE; dejando a Vox a su suerte.

Pero esta posibilidad es impensable antes de las próximas elecciones nacionales, las europeas. Feijóo no puede arriesgarse a perder votos por ninguno de sus flancos. Pase lo que pase, tras las europeas de junio Feijóo tendrá que plantearse una suerte de revolución pragmática que le permita opción de gobierno con las derechas nacionalistas, en el caso de que los números lo permitan en las próximas elecciones generales.

Para el PP, repetir como primer partido en votos en las europeas sería un suficiente lavado de cara para resarcirse de la amarga victoria del julio, y coger aire para la segunda parte de la legislatura. Todo ello sin desmerecer lo que pueda suceder en las autonómicas en Galicia y Euskadi que, según parece, podrían adelantarse a marzo.

De aquí a las elecciones europeas los partidos de la izquierda tienen poco que perder, basta con aguantar, so pena que una mala digestión en el trámite de la ley de amnistía, que en junio ya habría salido del Senado, irrite a sus votantes; o alguna torpeza mal procesada. Entonces, ¿dónde podría ganar la izquierda, y en concreto el PSOE en su pugna mediática con el PP por la hegemonía electoral?

El camino se está definiendo en el Consell de Menorca con la ruptura del pacto del PP con Vox y la perspectiva de que la izquierda, en especial el PSOE, pueda sostener al gobierno popular a cambio de que se mantengan consensos sociales arraigados desde hace décadas.

Un nuevo pacto de país en ese sentido beneficiaría tanto a PP como al PSOE si se centrara en preservar consensos sociales en áreas de alta sensibilidad: sistema de salud, consensos en educación y cultura, en especial en las autonomías bilingües con la mirada en Baleares y la Comunitat Valenciana, y la transición energética y social: cambio climático, política de vivienda y turismo; y los nuevos consensos del futuro posglobalización.