Tribuna

La creatividad del homo sapiens ante su incierto futuro (Houston, tenemos un problema)

Portada del libro 'El yo creativo'

Portada del libro 'El yo creativo' / DM

Carlos García-Delgado

Carlos García-Delgado

Según los antropólogos, el homo sapiens lleva unos dos mil siglos sobre la Tierra. Para que se hagan una idea: imaginen una cinta métrica de dos metros de longitud. Si a cada milímetro le asignamos un siglo, esa cinta representa el tiempo del sapiens. Dos mil siglos-milímetro. Al comienzo Sapiens vivió pegado a la tierra como todos los animales, pero aprendió a usar instrumentos, descubrió el fuego, los vestidos, y soportó épocas difíciles: guerras, penalidades, catástrofes, y en su etapa madura forjó civilizaciones: Babilonia, Egipto, Grecia, Roma. Pero en los dos últimos milímetros, es decir en los dos últimos siglos, se produjo un trastorno. La Revolución Industrial cambió radicalmente su modo de vida. Fue un punto de inflexión que lo alejó de la tierra y hoy están ocurriendo fenómenos inéditos que, si Sapiens no actúa con diligencia, podrían llevarle al colapso. Dos siglos es muy poco tiempo para Sapiens, si se compara con los dos mil que lleva, pero en esos dos milímetros ha ocurrido casi todo. La industria y la tecnología han mejorado nuestra vida en muchos aspectos, pero el cómputo global es preocupante: en esos dos milímetros la población ha pasado de mil a ocho mil millones, el calentamiento global es una amenaza, hay un alto nivel de contaminación, plásticos en mar y tierra, residuos persistentes formando enormes islas flotantes de más de mil kilómetros de diámetro, fabricación masiva de armas convencionales y biológicas, guerras bajo amenaza nuclear. Todo esto convierte el diminuto período de dos milímetros en diferente a todos los anteriores. Situaciones límite aparecen en muchos frentes, y se requerirá de un genial destello creativo si queremos salir de ésta. Pero a esta situación preocupante se añade otra: la absoluta ausencia de ideas capaces de corregir el rumbo. Si el planeta tierra fuera una nave espacial, el mensaje que lanzaría a la torre de control sería sin duda: Houston, tenemos un problema.

He elegido este molesto tema –muchas personas no soportan que les den malas noticias- porque el género homo, nos guste o no, está en un aprieto. Si salimos de ésta, es posible que el XXI pase a la historia como el siglo que vivimos peligrosamente. La idea genial capaz de modificar el rumbo es cada día más urgente, pero no se atisba. Y la pregunta es: ¿a quién compete proponer soluciones?

La primera mirada se dirige a los políticos. Pero la mayoría están con las luces cortas, a cuatro años, ocupados en ganar las próximas elecciones, y por supuesto evitan a toda costa dar malas noticias. Y si usted osa advertirles de lo grave de la situación -incluso aportando datos inapelables-, no se sorprenda si recibe esta estúpida respuesta: por favor, no sea usted catastrofista. En segundo lugar están los científicos. La ciencia y la tecnología hacen que algunos se sientan esperanzados. Muchos científicos están dando diagnósticos acertados sobre la gravedad de la situación, pero tampoco están aportando soluciones reales. Decir que es necesario reducir las emisiones de CO2 o el uso de envases plásticos, o el uso de combustibles fósiles, es marcar un objetivo, pero la solución real debe incluir el cómo hacerlo, cómo llevar a cabo esa receta en todos los países y de forma efectiva. Y ahí, de nuevo silencio. Recordemos que el cúmulo de problemas que estamos viviendo se generó precisamente a partir de la revolución industrial y tecnológica, en los últimos dos milímetros. La tecnología ha contribuido sin duda a hacer nuestra vida más fácil, pero eso no debe nublarnos: porque vean: los enormes problemas se deben, en su mayor parte, a efectos secundarios de la industria y la tecnología. De modo que no cabe esperar que resuelva el problema quien lo está generando. La solución requerirá una superación –un pasar página- de la era industrial y tecnológica. Un cambio radical en la forma de vida de Sapiens, similar al de la revolución neolítica o la propia revolución industrial. El cambio deberá ser drástico, pero a la vez viable. Y se mantiene la pregunta: ¿a quién compete proponer soluciones?

Aparte de los políticos y científicos, que suman alrededor del 2% de la población, nos queda el 98% restante, donde estamos todos los demás, la gente corriente. Unos ocho mil millones de personas. En mi opinión, la solución pasa por poner a trabajar creativamente a toda la población. De ahí debe surgir la idea. Cualquiera puede aportar soluciones. Pero otra pregunta nos inquieta: ¿está el homo sapiens en un momento de auge creativo o por el contrario, vive una etapa de letargo? La pregunta es pertinente, porque no todas las épocas han sido iguales. Ha habido períodos que han destacado por su esplendor creativo, como si los dioses hubieran elegido los sitios y los momentos. Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma, vivieron etapas de esplendor. Y tras la caída de Roma, vino un paréntesis que duró mil años. Luego, el Renacimiento, la Revolución Científica, la Ilustración o la Revolución Industrial, fueron de nuevo etapas de auge. Pero ¿cómo calificar al sapiens actual, tan influido –y absorbido- por la tecnología? ¿Estamos, de verdad, en una etapa creativa? ¿Será la inteligencia artificial capaz de echarnos una mano? De la respuesta a estas preguntas podría depender el futuro de Sapiens. El asunto es fascinante e inagotable, pero el espacio para este artículo no lo es. Continuaré con esto el próximo día 13 de diciembre a las 18h en el Colegio de Abogados de Palma (Rambla-10, entrada libre) y aprovecho para invitarles.