Escrito sin red

No estamos para risotadas

Ramón Aguiló

Ramón Aguiló

Lo más impropio de la investidura de Sánchez no consistió tanto en la escasa atención a los retos a los que se enfrenta el país y las medidas para afrontarlos como la desorbitante atención en la maldad de la «derecha extrema» y «la extrema derecha» que tantos réditos le proporcionó el 23J, frente a las que había que construir un muro. El programa gubernamental aparece como borroso, desleído, falto de sustancia, más allá de las referencias a reducir la jornada laboral y aumentar el salario mínimo por decreto, sin participación de los agentes sociales, y la promesa de aumentar todavía más los impuestos a las empresas del Ibex. Para sostener esas medidas que nos convertirán en un paraíso soñado para el resto del mundo no nos explica el investido cómo conseguir esa mayor productividad con el mayor fracaso educativo de nuestra historia, con una formación profesional deficiente e insuficiente, ni cómo afrontar el déficit que no tolerará la UE, ni cómo va a afrontar la demanda de vivienda, ni cómo contrarrestará el flujo de capitales a otros países más acogedores, ni cómo hacer todo esto con una administración pública incapaz de atender en tiempo y forma la salud y las demandas presenciales o telefónicas de los ciudadanos. El único programa, no explicado pero real de Sánchez, es mantenerse en el poder. De entrada, y vista la obsecuencia de Sánchez ante Míriam Nogueras, la representante de Puigdemont en el Congreso, sus deberes serán atender las demandas del prófugo. El pacto a desarrollar, a saber: la impunidad para el golpe separatista, la gestión fiscal plena para Cataluña con la gestión del 100% de los impuestos y el referéndum de independencia. Supondrá la ruptura de la igualdad de los ciudadanos y la inseguridad jurídica con la ley de amnistía, la desigualdad financiera entre comunidades, la ruptura de la soberanía nacional, la de la integridad territorial de una España abandonada como idea y ámbito de la convivencia.

Tras el editorial, en un primer momento, del conservador Financial Times favorable a la amnistía, recibido con alborozo por la izquierda gubernamental, la posterior lectura de su texto ha inducido a medios de comunicación europeos tradicionalmente favorables a la izquierda, como Le Monde y The Guardian a posicionarse claramente en contra de la misma. El panorama se oscurece para la imagen exterior del ejecutivo, especialmente después del debate en el Parlamento de Estrasburgo del pasado miércoles y a la espera del análisis de la ley por los servicios jurídicos del comisario Reynders. Una ley tan trascendente que se ha presentado como proposición de ley del grupo parlamentario del PSOE y no como proyecto de ley del Gobierno, para tramitarse sin los informes preceptivos presuntamente desfavorables del Consejo General del Poder Judicial y el Consejo de Estado. Esa es la práctica acreditada del Gobierno de Sánchez ya demostrada cuando la eliminación de la sedición y la reducción de penas por la malversación: limitar la discusión parlamentaria, legislar por la vía de urgencia y gobernar a golpe de decreto ley. El nuevo hombre fuerte de Sánchez, Bolaños, dotado de competencia sobre la actividad ejecutiva de Presidencia, de la parlamentaria de relaciones con las Cortes y la judicial desde el ministerio de Justicia, responde a la petición de información de la Comisión Europea sobre la ley de amnistía con contundencia parecida a su pretensión de subir al estrado madrileño del dos de mayo, que la ley de amnistía es un «asunto interno» de España. O no, porque la ley afecta a principios que la CE debe defender del Tratado de la Unión como la igualdad ante la ley, la solidaridad y el Estado de Derecho. Y al propio Tribunal de Justicia Europeo, facultado para entender sobre los recursos interpuestos y con carácter prejudicial, a petición de los órganos jurisdiccionales de cada Estado sobre la interpretación del Derecho de la Unión o sobre la validez de los actos adoptados por las instituciones. Del respeto por los procedimientos legales del Gobierno trata la anulación del ascenso de Dolores Delgado, ex ministra de Justicia y ex fiscal general del Estado, a fiscal de Sala de lo Militar, que le permitió el nombramiento de fiscal de Memoria Democrática. El Tribunal Supremo argumentó la actuación del fiscal general como «desviación de poder». Así mismo, dieciocho fiscales del TS incursos en el procés, acusan a García Ortiz de ignorar su petición de defenderles ante la acusación de lawfare (acción de la justicia por motivos políticos) de los encausados. Qué confianza puede tener la ciudadanía en la Justicia si la actuación del fiscal general (¿de quién depende?, pues eso) ha sido calificada como «desviación de poder». ¿Qué va a quedar de la imparcialidad del Poder Judicial y de la independencia de los jueces cuando en el Congreso acaban de ser aprobadas las comisiones exigidas por Junts para examinar el lawfare en el proceso penal contra los sediciosos golpistas de 2017 en Cataluña?

Pero lo que se llevó la palma

de la improcedencia y el improperio del mitin contra la derecha en la intervención de Sánchez en el debate de su investidura fueron sus risotadas al glosar las palabras de Feijóo, ciertamente desafortunadas, como algunas otras, reflejando el aturdimiento del líder del PP ante los resultados de las elecciones del 23J. La risa o la carcajada es el resultado biológico de determinados estímulos que consiste en la contracción de los músculos de la cara, un balbuceo lúdico, involuntario, instintivo, de control inconsciente, relacionado con la alegría y la felicidad. La risotada de Sánchez, tiene una ominosa semblanza con las protagonizadas por el Joker de Joaquin Phoenix, como ellas sonó enfermiza, dolorosa, amenazante. Pero una cosa es la risa de un malo cinematográfico y la otra es la risotada forzada, falsa, hueca, de un cínico presidente del Gobierno que se cierne sobre el único poder que hasta ahora le es esquivo, el CGPJ, resonando solitaria en el salón de sesiones. No es el resultado involuntario de topar con la alegría, sino la venganza premeditada del autócrata resentido contra el líder de la oposición que se ha permitido bromear sobre sus infinitas contradicciones, mentiras y cambios de opinión, que con dosis de humor le desarboló en un debate electoral. No significa lo mismo el humor contestatario de la oposición que la amenazante risotada de un presidente del Gobierno que levanta muros cuando su deber sería derribarlos, que desprecia a la oposición y tiene en su mano todos los poderes del Estado. Le retrató.

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