El año del sapo

Sánchez ha tenido que tragarse el regreso de Puigdemont

Carles Francino

Carles Francino

El año en que murió Franco, 1975, Al Stewart publicó una canción memorable: El año del gato. No sé si hoy se atrevería con el sapo, aunque también da juego. Por ejemplo, la expresión «tragarse un sapo», que puede tener raíces religiosas, porque en la antigüedad tanto el sapo como la culebra eran animales a los que se identificaba con el demonio. Conclusión: meterse un sapo entre pecho y espalda significa abrirle la puerta al mismísimo diablo. Y además supone un ejercicio indigesto hasta la náusea.

La pregunta es: ¿se puede sobrevivir a algo tan peligroso? Creo que en la respuesta a ese interrogante radica la clave sobre el futuro de la legislatura. Estos días ha echado humo el refrán «hacer de la necesidad virtud». Pero esa sería solo la forma fina de decir que Pedro Sánchez ha tenido que tragarse —y hacer tragar a los suyos— un sapo de dimensiones considerables: el regreso de Puigdemont al salón de todos los hogares, al centro de todas las conversaciones; para regocijo de unos y cabreo de muchos más. Tiene mérito el discurso que ha desplegado después para justificarlo, apelando a la convivencia, a la generosidad y a la necesidad de superar una crisis «de la que nadie puede sentirse orgulloso».

Lo malo es que hay pecado original. Si hoy resulta que la amnistía es el bálsamo de Fierabrás, ¿por qué no lo era antes de las elecciones? En cualquier caso, se non è vero, è ben trovato. Aunque sea de carambola y por pura conveniencia, el ‘procés’ vuelve al lugar del que nunca debió salir: la política. Con permiso del vociferante ultranacionalismo español, aún en plena pataleta, y de los aventureros que ya intentaron en Catalunya colar gato por liebre y que ahora se pavonean encantados de haberse conocido.

Por eso, al final, lo decisivo será comprobar cómo se comporta el sapo. Porque no parece que las andanadas entre Junts y Esquerra vayan a menguar y su pelea será una rémora pesadísima para la gobernabilidad. Es verdad que siempre queda la esperanza de que alguien bese al sapo y lo convierta en príncipe. Aunque me temo que eso solo pasa en los cuentos. Y en alguna canción.

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