Tribuna

Médicos sin barreras

J. Teresa de Ruz Massanet

J. Teresa de Ruz Massanet

Sí, hay muchos profesionales de la medicina que además de amar su profesión deciden transmitirle de manera ilustrada a su paciente el porqué de lo que les ocurre o bien, una descripción detallada de lo que podría ser un diagnóstico, aún pendiente de los resultados de algunas pruebas complementarias.

No se trata de una exhibición profesional ante el sumiso y temeroso paciente, aunque ya sabemos que se puede presentar con otros comportamientos más aproximados al fenómeno de la energumenología faltona e incluso agresiva. Y por otro lado, tampoco es un discurso de autoescucha mientras se puedan estar perdiendo en posibles diagnósticos. No.

Entiendo que se trata de un verdadero y convencido respeto hacia la persona que está sentada frente a ellos. El tratarle como a alguien capaz de entender cualquier explicación aún con terminología médica y explicado a velocidad de consulta de Atención Primaria. Consiste en no escatimar en argumentos para hacer comprensible a su paciente lo que le ocurre, porque hacer lo contrario es suponer algún impedimento intelectual o incluso cultural por parte del mismo. Y así fue mi última experiencia con una doctora que atendía a los pacientes de otra colega recién jubilada en mi centro de salud. Esta señora, después de hacer lo conveniente (indagar, explorar, escuchar...), adoptó un fino equilibrio entre el no excederse en un vocabulario y razonamientos propios expresados entre profesionales de la medicina, y el no resultar simple y escueta. El preferir hablarme con el vocabulario pertinente y pensar que le vas a entender supone un verdadero y respetuoso acto de diálogo con el paciente. Por supuesto, respondió a todas mis ansiosas interrupciones, porque yo quería saber más y constatar que estaba siguiendo el hilo que ella misma me había lanzado, o mejor dicho el flotador salvavidas. Además, su afán de comunicar lo acompañaba con gesticulación y llamando por su nombre a los músculos y posibles nervios implicados, así como el porqué de ese tipo de dolor.

Decidí darle las gracias por sus explicaciones y por hacerlo de aquella manera que me había ayudado a entender todo sin ofrecérmelo triturado como el picadillo que mamá pájaro da a sus polluelos. También, por no haberme tratado como si no me enterara de nada, porque ahora, adoptando un discurso buenista y de impecable beatitud, a lo integrante de las Stella Maris de la serie La Mesías de los excepcionales e icónicos Javis, pienso que hay que decirles lo bueno. No tiene precio ver su cara expectante ante el comentario, que dicho sea de paso, fue de lo más torpe y simplón. Supongo que esta que les escribe iría atropellada por querer volver a casa y con el encargo pendiente de solicitar las pruebas complementarias, por lo que mi majestuosa intervención final fue algo menos que campechana, sencillita y lineal. Una joya.

Ella zanjó con una sonrisa un coloquial: «¡claro, si no sois tontos!», y, por supuesto, al poner un pie en la calle yo ya no me acordaba de ningún nombre de aquellos músculos. Pero lo entendí todo. Son profesionales de la medicina, sin prejuicios, sin barreras.