TRIBUNA

Bodas de sangre en sa Feixina

Joan Ferrer Ripoll

Joan Ferrer Ripoll

Salón del Consell de Mallorca a puerta cerrada. Palma se casa nuevamente con el fascismo y se aparta el debate de la ciudadanía para firmar, sin molestias, el acta matrimonial. Oficia el presidente Galmés (PP). De concelebrante, su vicepresidente negacionista Bestard (Vox). Chaqués y mantillas, ¡son gente de bien! Olor a naftalina y pólvora. Los invitados se agolpan en el pequeño salón de plenos, vacío de público. Orgullosos mandos municipales y autonómicos, misma sintonía ideológica que los oficiantes. Un sólo cuerpo, comentan. PP y Vox somos, de nuevo, un todo.

Ceremonial de loas a los victoriosos golpistas de 1936. Conmemoración de la masacre de Málaga por todo lo alto. ¿Qué son los casi 5.000 muertos en la Desbandá? Que su memoria no nos desluzca la fiesta, dicen. Se disparan salvas al aire, rememoran los tiros que dejaron a tantos y a tantas en cunetas y fosas comunes. Sus ideas y palabras valían más que sus vidas. Por eso los mataron, para callárselas. Para robárselas.

Empieza la misa. Entran por el pasillo central los portadores de anillos. Caras conocidas, otrora defensores del patrimonio colectivo, ahora sacristanes de lo peor del pasado palmesano. Salvem sa Feixina!, nos gritan, a quienes no comulgamos con el esperpento de la protección, en pleno siglo XXI, de una de las rémoras del totalitarismo. Arroz substituido por una lluvia de informes jurídicos favorables. Vivas a España y a la Tradición, revestida ahora de catalogación monumental por imperativo judicial. Unos turistas alemanes preguntan: Was ist das? Intentan argumentar lo inconcebible que sería semejante acto en la Alemania actual. «¡Váyanse a sus casas, las piedras no tienen ideología!», les espetan.

Los palmesanos se interrogan por qué este monumento es capaz de atraer tantas emociones cuando había pasado inadvertido desde que tienen uso de razón. Omertà indisimulada con los asesinos. La última prueba del algodón de la vigencia de su significado fascista, la practicó el alcalde Hila (PSOE) cuando intentó eliminarlo de la faz de la ciudad en aras de ganar en dignidad, justicia y reparación. No se lo han perdonado. Al ser los defensores del monolito, idénticos en postulados a sus constructores, se demostró la vigencia inequívoca como altar de exaltación franquista. ¿Para qué más pruebas, señor Juez?

Cena fría, helada de muerte, en los jardines de sa Feixina. En los corrillos se comentan los planes de restauración del orden establecido. ¿Dónde pondremos la nueva Cruz a los Caídos?; ¿Cuándo derogamos la ley de Memoria Democrática? ¿Qué se creían, que esto era ya para siempre? ¡Ja! Neo-falangistas, con careta demócrata para la ocasión, toman el escenario para celebrar que por fin el tabernáculo habitual de sus ritos radicales será preservado. Liberal-conservadores también asisten, contentos de compartir protagonismo en el bodorrio. Ya no estamos solos, dicen. Sonríen orgullosos, todos cara al sol. Nadie ofende a los herederos de los que chantajearon miserablemente a la población para construir el monolito en 1947, sufragado «por suscripción popular». Cañones, también mediáticos, siempre dispuestos a proteger el genocidio y la burla a la República legítima. Al que se salga del guion: ¡pum!

Monolito altivo de mirada vertical, de arriba a abajo. Unidireccional sin posibilidad de resignificación. ¡¿A quién se le ocurre educar a nuestros chavales con la «no repetición»?! Monolito inmune, fosilizado ahora más que nunca, porque los herederos ideológicos de sus fundadores se han consolidado en las instituciones con su poder absoluto, ganado con sudor y mentiras el 28 de mayo. Transubstanciación franquista. El odio se hace piedra y se socializa. El fascismo eterno parece que ha vencido de nuevo.