Fragmento villalonguiano

José Carlos Llop

José Carlos Llop

Leo unas páginas del Diario de Joan Estelrich donde da una interpretación poco escuchada a la elaboración del Manifest de los intelectuales catalanes y la Resposta de los mallorquines (ambos un mes antes de comenzar la Guerra Civil). Cuenta Estelrich que la idea fue de Cambó, preocupado por el ascenso del comunismo en España y fue una maniobra suya contra la izquierda y su predominio político en Cataluña (sic). Hablamos del ecuador de los años treinta. Según Cambó –tesis a la que se sumaba un convencido Estelrich, que fue su intelectual de cámara y alma de la magnífica colección de clásicos Bernat Metge– el comunismo se afianzaría en el centro y el sur de España y la ‘revuelta anticomunista’ (sic) en la periferia. Esta versión invalidaba la opinión de Llorenç Villalonga –al que Estelrich sitúa entre los ‘malvados resentidos’– sobre que el Manifest era una maniobra separatista de la Generalitat catalana y dado que Estelrich lo escribe en 1940, tal vez convendría preguntarse si fue primero el huevo o la gallina, o si hay en esas líneas un cierto revisionismo coyuntural.

Aunque en los Diarios íntimos sea una costumbre, me asombra la capacidad de descalificación ad hominem –más fácil hablada que escrita– y me pregunto de qué podía estar resentido el ‘malvado’ Villalonga, cuando el resentimiento suele cobijarse entre personas muy distintas –en todos los sentidos– al olímpico escritor mallorquín. Por ejemplo, en algunos –no en todos, ni mucho menos– de los firmantes del Manifest y la Resposta, tanto a un lado como al otro del mar. Joan Estelrich lo escribe para sí –no tiene intención de publicar su Diario en vida y no es el suyo un Diario escrito en pose teatral– y Villalonga no vuelve a aparecer por sus páginas. ¿De verdad la única opinión sobre el autor de Mort de dama, de un hombre inteligente como Estelrich era incluirlo en una cofradía mallorquina de ‘malvados resentidos’? Sólo por Mort de dama, Estelrich habría podido añadir alguna línea de carácter literario y sin embargo…

Como el azar teje como lo hacía Penélope mientras esperaba a Ulises, un amigo me había enviado un par de días antes de leer el fragmento sobre el Manifest, un artículo publicado por Manuel Aguilera en Última Hora sobre Llorenç Villalonga y los bombardeos catalanes sobre Mallorca durante la Guerra Civil. En él se cita uno de los pasquines arrojados sobre Palma por aquellos aviones procedentes de Barcelona: ‘Germans, amics, imagineu el nostre dolor al cumplir el deure terrible de aniquilar-vos’ (sic) y pese a sus faltas ortográficas, si el pasquín fue real, no sé si ha de clasificarse en el departamento de propaganda de guerra –debilitar psicológicamente al enemigo–, en el del del cinismo puro y duro o en el del humor negro patrio, pero en fin… Y a partir de aquí, la reacción villalonguiana: tiempos de guerra, también, pero la cosa venía de atrás. Lo que no quita para que nuestro novelista ironice sobre el texto, lo asocie a las glándulas endocrinas y se muestre dispuesto a someterlo a un estudio psiquiátrico cuando haya llegado la paz.

El humor nunca abandonó a Villalonga y el suyo era tan refinado de formas como culto de fondo: no son precisamente los rasgos del humor de un resentido. Y sin embargo sí parecen salidas del resentimiento muchas de las críticas a las que lo sometió, ya fallecido el escritor, el estudioso monje Massot. (Viene a cuento porque sus juicios también aparecen en el artículo de UH). De ‘peligro público’ tacha Massot a los hermanos Villalonga, como si Miguel y Llorenç fueran –imagino que se refiere a lo ideológico– hermanos siameses y sus acciones, parejas. Y no lo eran: los matices también son importantes en política y sólo dejan de existir en las épocas de tensión civil. También tachó Massot a Llorenç Villalonga de ‘fascista de corazón’ y si alguien se tomara algún día el inútil trabajo de seleccionar todas sus descalificaciones hacia Villalonga –algunas más gruesas que las deseadas en un hombre de religión, tal como la entendemos algunos o así nos la enseñaron– ahí sí aparecería la radiografía de un resentido. Y no sería Villalonga, precisamente.

A quien ya dejo, en el día de su boda –se casó en La Real durante la guerra–, con el avión de Barcelona a lo lejos lanzando unas bombas, que Villalonga –lo cuenta en sus (falsas) memorias– toma como salvas de honor que celebran sus esponsales. Y esta anécdota nos acerca más al personaje que otras de fuente más crispada.

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