Limón & vinagre

José Luis Escrivá: Tecnócrata al servicio de la ideología

El ministro  de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá.

El ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá. / Infantes / EP

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Después de varios meses, y cuando ya el colapso era (es) un hecho, apareció en El Hierro José Luis Escrivá, ministro de Inclusión, Seguridad Social, Migraciones y Todo Va Bien, y ahí, en la isla del Meridiano, anunció 50 millones de euros de ayudas para Canarias para la gestión migratoria.

Son fondos específicamente destinados a la atención de los más de 4.000 menores no acompañados que Canarias tiene bajo su tutela. A la más pequeña de las islas del archipiélago han llegado durante este año más de 5.000 migrantes. El Hierro tiene una superficie de 268 kilómetros cuadrados y una población de 11.400 habitantes. Una isla modesta económica y administrativamente y que no dispone de dispositivos de acogida para soportar este ritmo incesante de llegadas. El dinero tardará semanas en ser transferido. La próxima patera llegará antes de 72 horas.

La situación es crítica. Y, sin embargo, Escrivá habla pausada, tranquila, casi satisfechamente. Las autoridades del Gobierno de Canarias, con el presidente Fernando Clavijo al frente, que nunca le profesaron una abierta simpatía, lo prefieren, sin embargo, a su colega del Ministerio del Interior, Fernando Grande-Marlaska. Al menos Escrivá ha mostrado un mínimo de empatía y dialoga de verdad, no como Grande-Marlaska, que no admite una pregunta por respuesta y solo domina el monólogo.

Escrivá, nacido en Albacete en 1960 en una familia de clase media acomodada, tiene aspecto de antiguo boxeador que se ha dejado vencer por los torreznos y las patatas revolconas, y puede parecer muy ambicioso, pero no cabe engañarse: es extraordinariamente ambicioso.

Licenciado en Ciencias Económicas con Premio Extraordinario en la Universidad Complutense, un bruñido título al que acumuló varios posgrados, José Luis Escrivá no demostró durante mucho tiempo ningún interés por la política: todos los esfuerzos de su potente cabezón y su voluntad de hierro se centraron en garantizarse una brillante carrera como tecnócrata dentro y fuera de España.

Del Servicio de Estudios del Banco de España al Banco Central Europeo y, más tarde, al Banco Internacional de Pagos, para incorporarse después al BBVA, donde estuvo hasta el año 2014. Como directivo del BBVA, por cierto, rompió su regla de oro y criticó públicamente la estúpida política económica del presidente José Luis Rodríguez Zapatero cuando estalló la crisis financiera de 2008.

Muchos socialistas arrugaron el ceño. Si se preguntaba por él en ese momento, la respuesta era automática: Escrivá era un economista brillante, pero de derechas. O un economista de derechas, pero brillante.

En un ámbito público y profesional tan partidizado como el español, el que el Gobierno presidido por Mariano Rajoy convirtiera a Escrivá en presidente de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) debería desactivar cualquier duda. Sin embargo, cuando Pedro Sánchez lo nombró ministro, en enero de 2020, los corifeos gubernamentales lo blanquearon rápidamente, contando que Escrivá presentó su dimisión a Cristóbal Montoro nada menos que cinco veces.

Dejando aparte que alguien que presenta cinco veces su dimisión no piensa dimitir jamás, tiene gracia que una de esas cinco renuncias se produjera porque Montoro se negaba a pagarle un complemento salarial.

Asunto de Marlaska

La fantasía de un riguroso tecnócrata de rojo corazón que mete racionalidad econométrica en un gobierno progresista ha colado en parte. Básicamente, Escrivá es eso: un prestigio tecnocrático al servicio de un relato ideológico que desintegra con verborrea estadística cualquier problema con las jubilaciones, con la Seguridad Social, con la miseria y la inclusión. De vez en cuando, el fracaso es inocultable y el matrix de Escrivá se tambalea, como ocurrió con el fiasco del ingreso mínimo vital. Pero en seguida se corrige y ni por un momento cuestiona el statu quo.

Lo único que hace respecto a los migrantes es soltar pasta -en realidad, no mucha-, porque sabe que no existe ni se pretende impulsar una política migratoria en España; y eso, además, lo lleva Grande-Marlaska con sus policías y sus guardias civiles y sus vuelos de madrugada.

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