Meloni no es tan fascista

La primer ministro (lo exige así) italiana recibe el beneplácito de los analistas centrados, ansiosos por persuadirse de que la democracia no corre peligro por su flanco ultraderecho

Giorgia Meloni.

Giorgia Meloni. / REUTERS / JUAN MEDINA

Matías Vallés

Matías Vallés

Ahora resulta que Giorgia Melonino es fascista. O que es fascista de otra manera, como producto del laboratorio extremista de Steve Bannon que acaba de descabezar al congreso estadounidense. La primer ministro (exige el tratamiento masculino) italiana recibe el beneplácito de los analistas centrados, ansiosos por persuadirse de que la democracia no corre peligro por su flanco ultraderecho.

En España costará más desprender a Meloni de su cáscara fascista. El mitin de Vox en Marbella para apoyar a Macarena Olona, en vísperas de las andaluzas de junio del año pasado, mostró a una mujer iracunda y desaforada en la condenación de cualquier peculiaridad que se apartara de su ortodoxia paleocristiana. Aquel fenómeno de posesión diabólica tenía truco. Se extractaron los tres minutos finales, omitiendo que la dirigente de Hermanos de Italia había pronunciado media hora de discurso en un muy apreciable castellano. Como de costumbre, no puede señalarse a demasiados políticos españoles con un conocimiento recíproco del italiano.

Y Meloni también se expresa en un inglés muy apañado, por ejemplo en la cumbre del G-20. Al tratarse de una neofascista, no se ha destacado su singularidad femenina en la cúspide de la testosterona mundial. En los foros internacionales, no se amilana, antes de cumplir un año ya se expresaba como si tuviera la solvencia y perdurabilidad de Angela Merkel. La determinación oratoria ha sido su máscara para evolucionar hacia posturas más dúctiles de las exigidas por su militancia.

A un año de la coronación de Meloni como primer ministro, un siglo después de la marcha de las camisas negras de Benito Mussolini sobre Roma, cabe recordar la anomalía española como uno de los países europeos con una penetración más discreta de la ultraderecha. Los Hermanos reúnen un peso electoral que se dispararía hoy por encima del treinta por ciento. Esta crecida, unida al apaciguamiento o anulación de Matteo Salvini y Herederos de Berlusconi, lleva a la corriente dominante en Italia a atemperar a su dirigente como una conservadora vulgar y corriente.

El cambio de referencia italiano es más impresionante que su traslado al papel. Equivale a alentar la fantasía española de que Santiago Abascal no se distinguiría en la vicepresidencia del Gobierno de Soraya Sáenz de Santamaría. La manipulación de la brújula ideológica no ahuyenta los escándalos transversales de corrupción. Meloni ya ha tenido que disculparse de unas vacaciones a todo tren, frente a su país empobrecido. Sobre todo, Fratelli ha exasperado la raíz fraternal con la exaltación de la hermanísima Arianna Meloni a secretaria política del partido, y del cuñadísimo Francesco Lollobrigida al ministerio de Agricultura tan caro a la ultraderecha. El hermano político es el cardenal del Gobierno, el enardecido cruzado contra un «reemplazamiento étnico» vinculado al extremismo de Éric Zemmour en Francia. La sátira más brutal de la era Meloni acostaba supuestamente a su hermana en Il Fatto Quotidiano con un hombre de color, bajo el lema de «Objetivo, incentivar la natalidad».

El nepotismo en la España reciente debe reprimir los ataques a Meloni, por rodearse de familiares y considerarlos indispensables. En sus decisiones, la heredera votada de Mussolini altera los excesos en la prohibición de juergas rave con el alineamiento internacional a favor de la Unión Europea. También ha acreditado la solidaridad hacia Ucrania que le ganó la rehabilitación en la Casa Blanca. El propio Biden le agradeció en persona su postura «contra las atrocidades de Rusia», además de reconocer con la ingenuidad estadounidense que «nos hemos hecho amigos».

La pulsión por clasificar entronca a Meloni con un posibilismo reaccionario, que selecciona los puntos de ataque a la ortodoxia progresista para combinarlos con medidas apreciables para el conjunto de la población. Por ejemplo, al imponer un límite a las tarifas aéreas con las islas de Cerdeña y Sicilia, una decisión proteccionista que ha exacerbado la hostilidad de Ryanair. Por no hablar del impuesto a los exorbitantes beneficios bancarios, a la altura de Podemos y que habrá dejado boquiabierto a Vox.

Al cabo de un año, que es una eternidad para la longevidad de los inquilinos del palacio Chigi, la intrépida Meloni ha demostrado como mínimo que gobernar no es tan difícil. El otro fascismo de Fratelli se distancia se la ultraderecha de mantilla y busto de Franco propiciada por Vox. Y la primer ministro adjunta la invención fantasiosa de su biografía, un rasgo obligado de neorrealismo italiano.

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