TRIBUNA
El prohensismo y la postimpunidad
Desde hace unos años vivimos la era de lo «post». Posverdad, posdemocracia o postpolítica son conceptos ya normalizados y que comparten algo muy significativo: producen monstruos como el trumpismo. Puede que ya empiecen a sentir que esa palabra suena a desgastada o sin sentido, algo parecido a lo que ocurre con la democracia, como les planteaba hace unos días en estas mismas páginas.
¿Qué fue antes, Trump o el trumpismo? Por supuesto, el segundo, sólo que aún no le habíamos puesto nombre. Berlusconi fue trumpista, la familia Le Pen es trumpista, y en las derechas españolas hay trumpismo. El trumpismo trasciende a Trump, como el bauzarismo con Bauzá, ya lo ven. Y una de sus notas más características es, sin duda, la impunidad. Una impunidad que sólo tiene dos límites: la ley y las urnas.
Tal vez recuerden aquella frase de Trump en Iowa, cuando afirmó que podría disparar a alguien por la calle y no le costaría un solo voto. Algo similar ocurrió en Balears con la comida de la cúpula popular con el condenado Rodríguez, con la estabilización de la plaza de Prohens o con la burla acerca de las camas elevables; ¿qué más podría haber hecho el PP para desafiar a la impunidad? ¿Invitar a Jaume Matas a un mitin? ¿Nombrar consellera de Infraestructuras a Maria Salom?
La impunidad de esta segunda edad del bauzarismo impregna a todo el gobierno multinivel del PP y Vox, y tenemos claras muestras de ello a diario. Piensen sino en la usurpación de una plaza de parking de la consellera Vidal, una minucia comparada con la sombra de corrupción que planea sobre ella en el caso Metrovacesa o, por diversificar, la fiesta privada de la consellera insular de Menorca, Marta Febrer, en un islote protegido.
Mientras tanto, el decreto de emergencia habitacional sigue sin presentarse, la eliminación del impuesto de sucesiones dispara el IRPF y el horizonte de los próximos años es la apuesta por más cemento, más plazas turísticas y más saturación. Y menos catalán. Los tres primeros meses del prohensismo son un ejemplo de impunidad trumpista a la balear.
Ya dijo la presidenta que no la conocían quienes pensaran que temía a una nueva marea verde. Es posible que un día la escuchemos emular a Trump y afirmar que podría ir por Santa Catalina disparando a gente y no perdería un voto. No llegó a tanto su marido, concejal en Cort, al afirmar que en aquel barrio se respetan los horarios de terrazas y que, por tanto, la asociación de vecinos miente, pero ya sabemos que en Mallorca todo va poc a poc.
La impunidad de las derechas actúa como el «galope de Gish» de las mentiras de Feijóo, pero con la violencia verbal y la arrogancia. Veremos cuál de los dos límites que he mencionado ponen freno a esta impunidad, o si tendremos que acuñar el término «postimpunidad» cuando ya sea demasiado tarde.
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