Canarias uno, Baleares menos ocho

Juan José Company Orell

Juan José Company Orell

Conozco bien las Islas Canarias, reconozco sus virtudes y bellezas que son muchas y dignas de todo merecimiento, expresada mi admiración por aquellas tierras debo manifestar que sigo siendo un impenitente hominus balearicus, intenso y empedernido admirador de mi querida Roqueta y eso me convierte en alguien sumamente subjetivo, y por ello adelanto mis disculpas, cuando se trata de asuntos que afectan a mi pequeña patria chica; por favor no confundir con otros tipos de erradas (con hache y sin hache) chovinistas vehemencias, territoriales y nacionalistas.

Pero a lo que voy; se va murmurando por ahí que ahora, el que el Excelentísimo Señor Presidente del Gobierno, no pase a engrosar el grupo de fijos discontinuos, sección gran lujo, depende tal solo de siete diputados de recalcitrante independentismo, que cobran sus sueldos del erario público español sin que ese dinero parezca causarle resquemores o ardores de indignación en sus revolucionarios bolsillos o en sus votantes igualmente divergentes de estado Español (el dinero y los soldados tienen en común que a nadie le importa de donde vengan siempre y cuando cumplan con su conveniente objetivo) comandados por un echado al monte, perdón echado a Waterloo, que sigue viviendo a cuerpo de rey en Flandes, cobrando además, para más inri, como eurodiputado en representación del, por él mismo denostado, Reino de España. En fin, todo un dechado de la más lógica de las situaciones y coherencia política.

Echemos números, la cámara baja se compone de 350 diputados, de ellos se cuentan, y en número de ocho, los enviados allá desde acá; se supone, y eso es mucho suponer, que esos ocho representantes del pueblo balear han sido elegidos para velar, pelear y partirse la faz si necesario fuese, siempre en términos parlamentarios, por los intereses y derechos de sus electores en estas aisladas porciones de tierra mediterránea. Es muy posible que me equivoque pero de momento no es que alguno de ellos, o todos en conjunto, hayan hecho valer el peso, en estos momentos de máxima importancia, de esos ocho diputados isleños en una situación de un político equilibrio inestable, aprovechando la eventualidad para solventar algunas de las deficiencias que padecen, hoy por hoy, los autóctonos de éstas islas.

Ahora estamos en el tiempo del primer candidato a la investidura designado por el Jefe del Estado, si esta falla, lo cual es más que previsible, el siguiente designado por el Rey (propuesta de designación que por lo que se ve tendrá la aquiescencia de efervescentes antimonárquicos, otra muestra de coherencia), será el Presidente en funciones y se dice en algunos mentideros que los de Coalición Canaria, con un solo escaño, de solicitárseles su voto afirmativo para la siguiente investidura ya han puesto sobre la mesa sus exigencias que se dice que van desde el pago adelantado de 131 millones de euros, ya pactados en los presupuestos generales, hasta bonificaciones para el transporte, la gestión de puertos y aeropuertos, infraestructuras hidráulicas e incluso poder nombrar a los directores de la Televisión Española y de la Radio Nacional en aquellas islas.

Si tal sucede finalmente nos encontraremos con la realidad de que una sola diputada en representación de las Islas Afortunadas, puede conseguir con la dicha situación algunas reivindicaciones y/o ventajas que a nosotros no nos irían nada mal, y que nuestros ocho representantes, se mostrarían incapaces de iguales o parecidos logros y habrían permanecido callados y sin obtener ventaja alguna para su circunscripción, y sobre todo para sus electores, todo lo cual afirman representar y defender; ello causado, con absoluta seguridad, por el hecho de que su obediencia se dirige mayoritariamente a su particular escudería, a sus amados colores, y mucho menos hacia sus propios votantes. Llegados a este punto cabrá preguntarse ¿para qué misión en concreto mandamos a Madrid a nuestros representantes?; saben aquello de que para este viaje no hacen falta alforjas, en este caso sería acertado el refrán porque nuestros diputados no tendrían nada que meter en esas «beyassas».

Eso sí, en las Cortes madrileñas un diputado balear podrá soltar un «llepaculs» o un «tarambana» en su discurso parlamentario en la seguridad de que su inteligente apreciación será escuchada por el traductor de turno, convenientemente traducida y adecuadamente reflejada en el diario de Las Cortes, con el consiguiente coste dinerario, que si hubiera justicia debieran ser detraído de los dineros que esos denodados defensores de tal necesidad reciben por su ¿trabajo?; al tiempo seguirá escaseando el dinero y las ayudas para algunos asuntos de escasa importancia, entiéndaseme el sarcasmo, como el caso de los enfermos de ELA. ¿Será verdad que tenemos lo que nos merecemos?

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