Hermione

Eduardo Jordá

Eduardo Jordá

El otro día, revisando imágenes que había guardado en el ordenador, me encontré con el retrato de una de las momias de la necrópolis romana de El Fayum, en Egipto. «Hermione, grammatiké», decían unas palabras en griego antiguo junto al retrato de esa mujer. Cualquiera que haya visto los retratos que decoraban los sarcófagos de El Fayum sabrá que son uno de los testimonios más fascinantes del arte universal. ¿Desde dónde nos miran esos muertos de hace casi dos mil años? Tienen los ojos tan abiertos, tan brillantes, tan rebosantes de vida, que lo último que imaginamos es que son los retratos fúnebres de personas que desaparecieron sin dejar rastro. Ahora sabemos que esos retratos se hacían en vida, y luego, una vez muerto el retratado, pasaban a decorar el sarcófago; era como si cada uno de esos muertos hubiera encargado un retrato por anticipado para decorar su tumba. Hasta ahora se han encontrado unos 900 retratos y todos son extraordinarios. Los artistas que los pintaron eran sobresalientes, aunque se consideraban simples artesanos que no firmaban su trabajo. Tampoco sabemos casi nada de esos muertos del oasis de El Fayum. Lo único que sabemos es que vivieron en Egipto en los primeros siglos de nuestra era, cuando Egipto era una provincia romana en la que convivían las culturas griega, siria, judía, romana y cristiana.

Pero de Hermione, grammatiké, sabemos algo más. Para empezar, sabemos su nombre, algo bastante insólito porque esos muertos eran tan anónimos como los pintores que los retrataban -usando ceras o temple- sobre una tabla de madera o un lienzo de tela. Además, sabemos que Hermione era una persona culta e instruida: por algo era grammatiké, es decir, una persona experta en gramática y en retórica. Hoy en día vendría a ser algo así como una profesora de universidad. También sabemos que Hermione vivió en el siglo I de nuestra era, hacia el año 50, y que era casi contemporánea de Jesús de Nazaret, del que probablemente nunca oyó hablar. Hermione murió joven, con apenas veinte años, lo que prueba que hizo muchas cosas en muy poco tiempo. Y como todos los muertos de los sarcófagos, fue enterrada en el oasis de El Fayum, a unos cien kilómetros de lo que ahora es El Cairo. Que su retrato incluyera su nombre y su ocupación nos da a entender que era una persona muy respetada. El sarcófago de Hermione fue descubierto en 1911 por un matrimonio de arqueólogos británicos, los Petrie. Los arqueólogos entregaron el sarcófago de Hermione -la gramática, la experta en retórica, la primera profesora de la que conocemos la identidad- al colegio femenino de Girton College, en Cambridge, como una forma de homenaje a esta mujer que destacó por su saber. Hermione, grammatiké.

Estos días de polémica feminista, a raíz del caso Rubiales, me he acordado de Hermione, la profesora de gramática. Cuando vi su retrato, sabía que algún día escribiría algo sobre ella y por eso mismo lo guardé. Qué mujer más misteriosa. Por sus facciones, era una mujer adusta y reconcentrada, no demasiado agraciada, con un aire hermético, casi glacial. Muchos de los muertos de El Fayum tienen un aspecto amable, y aunque nunca sonríen, parecen dispuestos a conversar con nosotros en cualquier momento, como si nos invitaran a dar un salto inconcebible que nos llevara al más allá para conocerlos. Pero Hermione no parece una persona muy comunicativa ni dispuesta a tratar con nadie. Tiene un aire hosco, distante, como si estuviera abstraída en su propio mundo de palabras y de ideas. El mundo exterior -la riqueza, la belleza, el estatus social- parece interesarle muy poco, aunque Hermione no desdeñaba los artificios de la moda: luce dos hermosos pendientes de perlas en forma de lágrima. Pero esos pendientes son la única concesión que hace al lujo y a la moda, y eso que ella pertenecía a una comunidad rica de colonos griegos. Si se compara su retrato con el de otras muchas mujeres de la necrópolis de El Fayum, ella es la más austera, la que lleva un peinado más sencillo y la que usa un vestuario más sobrio.

Me pregunto si las guionistas de Barbie han oído hablar de Hermione, la profesora de retórica y gramática clásica que murió hacia el año 50 de nuestra era. ¿Qué pensaría Hermione, si pudiera dar un salto desde el más allá y conociera el mundo de color de rosa que ha creado la película de Greta Gerwig? ¿Se reiría? ¿Se sentiría halagada? ¿O ese mundo de color rosa le resultaría incomprensible, o peor aún, ridículo, grotesco, estúpido? Nunca sabremos cómo vivió Hermione. ¿Estuvo casada? ¿Tuvo hijos? ¿O vivió sola, apartada, únicamente dedicada a su trabajo durante los pocos años que estuvo en este mundo? Tampoco sabemos si sufrió acoso por parte de sus superiores o si alguna vez se sintió ultrajada o humillada por sus conciudadanos varones. Sólo sabemos que nos mira desde el reino de los muertos con unos ojos tan oscuros e intensos que dan miedo. Hermione, grammatiké, no sé lo que daría por haber podido conocerla.

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