Feijóo, la insoportable levedad

El político gallego ya sabe que no manda en su partido, que no puede ni decidir con quién negocia y que no será nadie si no gana la presidencia

Pilar Rahola

Pilar Rahola

No sé si Alberto Núñez Feijóo ha leído nunca a Milan Kundera, pero es seguro que debe de sentir la insoportable levedad del ser, al menos del ser político, vestido bajo el que camina atribulado. Es probable que cuando dejó su dominio gallego, acostumbrado al poder casi absoluto de que gozaba, pensara que la estela le seguiría por los caminos de Madrid, y que ser candidato a la presidencia implicaría, automáticamente, liderar su vitriólico partido. Es decir, que la palabra de Feijóo sería palabra de Dios, como lo era en las nobles tierras de Pardo Bazán. Pero los designios de Génova, y de las muchas génovas que habitan en las Españas, eran inescrutables y Feijóo ha acabado sintiendo el vértigo que decía Kundera que se siente cuando se quiere llegar a lo más alto.

En estos momentos ya sabrá dos cosas: que no manda en su partido, y que no será nadie si no gana la presidencia. Ni que decir tiene que si gana, todo cambia, porque el poder otorga galones y da razones, como bien sabe Mariano Rajoy, cuya extremadamente gris mediocridad no le impidió liderar su partido. Pero a diferencia de don Mariano, Feijóo es solo una prueba, aterrizado en la sede central por precipitación sanchista, tan alejado del liderazgo real de su partido como alejada parece su investidura.

Este hecho, que los conocedores del PP sabían perfectamente, se ha hecho muy evidente cada vez que Feijóo se ha atrevido a decir algo fuera de guion, en un intento desesperado por no parecer un pepero pata negra. En cada una de estas ocasiones díscolas, en general vinculadas a la cuestión catalana, ha recibido el varapalo de la prensa irreductible, y la enmienda inmediata de algún dirigente de su partido, hecha con tanta falta de discreción que más que enmendarlo parecería que le riñen. ¿Cómo se atreve a decir esto?; ¿que no sabe de qué va la cosa?; ¿que esto no se toca?, le han espetado las Ayuso y los Juanma Moreno de turno y así, corrección tras corrección, le han recordado que solo es un inquilino momentáneo del despacho grande, el masovero de una casa que no le pertenece y de la que deberá huir de piernas, si no logra la presidencia.

El último ejemplo han sido sus declaraciones sobre la posibilidad de incluir a Junts en la ronda de conversaciones por la investidura, unas declaraciones impecables desde la perspectiva del debate político, no en vano hablar no implica otra cosa que reconocer al adversario político, más allá de los posibles o imposibles de un acuerdo. Feijóo intentaba demostrar, pues, que el PP no está abducido, ni neutralizado por la venenosa relación con Vox, y que tiene tanta capacidad de maniobra como el PSOE. Pero Junts es anatema en las filas de los guardianes de la fe española e inmediatamente le ha saltado a la yugular Alejandro Fernández con un «de qué hay que hablar con ellos» que significaba dos cosas: una, que Feijóo no puede decidir siquiera con quien negocia; y dos, que cualquier colega de partido le levanta la voz como a un mindundi.

Tratado como un interino. Ayuso, Moreno y ahora Fernández por la banda política, acompañados de toda la lista de prohombres del periodismo nacional patriótico que también han levantado el grito, fieles a la tradición diaria de atizarle un rato, no sea que olvidara su condición de interino.

Algo que es una lástima porque, sin saber si tendría o no la madera de líder que requiere la cosa, es un hecho que Feijóo intenta centrar el partido en las cuestiones donde el PP es más radical, y ciertamente, en la cuestión catalana, el partido pasa de ser radical a cavernario. También está claro que quiere rehuir la proximidad con Vox (que sin embargo no molesta a otros dirigentes de su partido), sabedor de la toxicidad que genera el partido de Abascal. Y es posible también que Feijóo aspire a tener un lugar relevante en la derecha europea, por lo general más civilizada que la española, y que en estos momentos está huérfana de liderazgo. Pero, si este fuera el caso, también está claro que estas aspiraciones las anhela en una triste soledad, porque el partido no está por la labor de cambiar de relato, ni de alianzas. Madrid no es Galicia y el PP no es Feijóo, y cuanto más rotunda es la evidencia, más débil es el personaje. Ciertamente Feijóo acaba de nacer como líder, pero si no logra la investidura, habrá nacido póstumo.

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