TRIBUNA

«Huevos de oro»

Jaume Pla Forteza

Jaume Pla Forteza

Enésimo artículo sobre el encumbramiento de una víctima. Una mujer, Jennifer Hermoso Fuentes, se ha visto sometida a un comportamiento —salvo consentimiento— delictivo. Así lo entienden, entre otras voces autorizadas, la actual delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, la magistrada María Victoria Rosell, junto al forense Miguel Lorente Acosta. Lorente, uno de sus antecesores en el cargo, al respecto añade: «la cultura presenta la victoria como una escenificación del poder que muchos hombres utilizan para reforzar el componente sexual que hay en su construcción».

El tipo penal se enmarcaría dentro de la libertad sexual, señalado como abuso hasta hace poco, aparece hoy reconvertido en agresión por la ley conocida como ‘solo sí es sí’. En primera instancia, Jenny, evidenció la ausencia de consentimiento. Con posterioridad, a través del organismo que preside el causante del hecho, se diluyó la ausencia de aquiescencia. Siendo que, lo que apuntaba a una justificación condicionada, según el digital Relevo.com ha evolucionado hacia la manipulación. Finalmente, Jenny, se ha pronunciado desacreditando, tácitamente, la argumentación de Rubiales y la de la Federación. De momento la ausencia de denuncia anula la vía penal, sin embargo, se mantiene la administrativa. En cualquier caso, queda la vía moral, y cinco largos años hasta la prescripción del presunto delito.

Atenazada la cabeza de Jenny por dos manos poderosas, sus labios fueron sorpresivamente sellados por otros ajenos. Tiene treinta y tres años, y —por ser mujer— no debe ser la primera vez que un hombre o el sistema la violenta. A partir de aquí expongo una interpretación libre de realidad fabulada, empática con miles de víctimas de violencia de género que aguantan a sus agresores por condicionamientos que, van desde el miedo, pasando por el síndrome de Estocolmo, hasta llegar a la mera subsistencia: «Jenny, poco a poco se va dando cuenta de la dimensión de ese beso forzado que le han estampado, y va tomando consciencia del cisma que se producirá si lo combate. Mira a sus veintidós compañeras, les ha costado mucho llegar hasta esa copa del mundo, ¿cómo va a quitarles protagonismo? Refrescándose los labios, piensa también en su familia, aficionadas y en su país. Sin mover un músculo, se siente culpable por haberse puesto en disposición de generar tanta distorsión. No me gustó, recuerda ¿qué debía haber hecho?, sigue preguntándose: ¿qué señal equivocada habré emitido? El besador es el jefe supremo, ella quiere volver a la selección, por tanto, está a expensas de una llamada oficial, bien lo saben otras compañeras ‘rebeldes’ … ¿Por qué no habré dicho que me gustó, y se habría acabado la pesadilla? ¡Basta!, no voy a dejar de disfrutar mi momento, mi capa cósmica me aislará. ¡Ahora sí! Fin».

Situados en Australia, a partir de una foto de tantas: dos hombres eufóricos sonríen abrazados. Ambos destilan poder, «han triunfado». Su éxito lo han forjado veintitrés mujeres seleccionadas por el varón fotogénico que gasta barba, elegido a su vez por el otro rasurado. La escena hay que enmarcarla en la obtención del título mundial de fútbol femenino 2023, por parte de la selección española. Sus nombres son Luis Manuel Rubiales Béjar y Jorge Vilda Rodríguez. Sus cargos, presidente de la federación y seleccionador nacional, respectivamente. Su comportamiento machista es de sobra conocido: Rubiales con el beso, su justificación, insultos, excusas, y sus gestos, alguno soez inspirado en la comunicación no verbal de Javier Bardem en la película Huevos de Oro. Vilda, colabora a su vez usando lenguaje masculinizado: ¡somos «campeones»!, ha reiterado. Expresión que demuestra como el impecable uso de las reglas ortográficas plasmadas en el masculino genérico, sigue manteniendo el orden de la fila en el redil. Hasta el presidente del gobierno lo ha tenido que desdecir reiterada y expresamente: «somos campeonas del mundo». Las mujeres solo van primero en los naufragios, y eso habría que verlo.

El dirigente, propicia el ridículo mundial. Mientras, el ministro del ramo ha pasado de la tibieza inicial a la contundencia final. El presidente Sánchez, tal cual diplomático experimentado, dribla, y manda un preciso pase de balón a los asociados —mudos— de la federación, que son ciertamente los que mandan ¿cuántas mujeres podrán votar? Risas…

La hazaña de las veintitrés jugadoras se ha visto empañada por la conducta de varios hombres, y una estructura que empieza a ser acusada de misógina. La globalización del desatino hizo insuficiente, para pasar página, el apoyo del machismo mediático. En paralelo, ha ido despertando la dignidad en cierto modo anestesiada por la euforia. La demostración de poder masculino no ha quitado valor al inmenso éxito deportivo femenino, lo que ocurre es que esa visibilización se ha extendido a la violencia sexual, generando una pedagógica campaña de rechazo de todo lo que no sea: «solo sí es sí». Sorprende que uno de los deportes más varoniles, se vaya a convertir de pronto en el adalid de la igualdad desde dos vertientes: la primera por mérito femenino (obtención del título mundial) y la segunda por demérito masculino (el beso, el lenguaje y los huevos). Habrá un antes y un después.