Desde el siglo XX

En el Régimen del 78 se detecta preocupante fatiga de materiales

La Constitución española empieza a mostrar las carencias que el paso del tiempo ha aflorado; se cumplen 45 años desde su promulgación, décadas petrificada

El rey Felipe VI.

El rey Felipe VI. / EFE

José Jaume

José Jaume

La denominada Primera Restauración borbónica arranca en 1876, tras el fracaso de la Primera República, con la entronización, por un general, por supuesto, de Alfonso XII; concluye de facto en 1923 (ha transcurrido un siglo) con el golpe de Estado de otro general, que, ocho años después, conduce al hijo de Alfonso XII, Alfonso XIII, bisabuelo de Felipe VI, al exilio. Hagamos cuentas: de 1876 a 1923 transcurren 47 años. La Segunda Restauración borbónica, de la mano de otro general, por supuesto, sitúa en la jefatura del Estado a Juan Carlos I, se inicia en las postrimerías de 1975 plasmándose en la Constitución de 1978. 45 años desde entonces. Similar lapso de tiempo histórico entre las dos restauraciones, tan diferentes, al tiempo, con tantas llamativas similitudes. En la Primera Restauración el artificial turno de partidos en el poder entre conservadores y liberales pudrió el sistema, lo llevó a callejón sin salida, hasta que en 1923 propició el golpe del general Miguel Primo de Rivera. El turno partidista en la Segunda Restauración entre PSOE y PP hace aguas, acompañado de la cada vez más enrevesada cuestión territorial, a la bautizada «Estado de las autonomías», que no ha podido embridarse satisfactoriamente. Cataluña es el problema insoluble, que ni tan siquiera la pertenencia de España a la Unión Europea consigue domeñar. El belicoso pronunciamiento (discurso) que Felipe VI pronunció en 2017, para jolgorio de las recalentadas derechas españolas, desencadenado por la acreditada indolencia llevada hasta el paroxismo de Mariano Rajoy, ha conducido a la notable desafección existente en el Principado hacia la Monarquía borbónica. Mal asunto se mire por dónde se mire. Recientes encuestas, que no hallan eco, señalan que la pulsión republicana empieza a ser mayoritaria en la ciudadanía española, abrumadora en Cataluña y Vasconia.

Eso, y el inevitable cambio generacional, acompañado de la irrupción de la extrema derecha, que ha descoyuntado los esquemas de la derecha, conduce a que la Constitución dé síntomas de padecer notable fatiga en los materiales esenciales para su pervivencia. La nula voluntad reformadora, porque PP y PSOE se neutralizan ante cualquier intento de abordarla, puede resultar nefasta a no mucho tardar. Ahora estamos asistiendo a la presión, coacción extrema a Felipe VI para que decida quién recibe el encargo de presentarse a la investidura en el Congreso de los Diputados. Parece que, al final, PP y PSOE se han percatado de que estaban poniendo al jefe del Estado en posición imposible, lo que les ha llevado a recular antes de que el estropicio deje a la Corona más desacreditada de lo que ya está, aunque los ciegos y sordos de rigor reiteren la conocida cantinela de que estamos ante un Rey que cumple impecablemente con sus deberes constitucionales. Es muy discutible que así sucediera en 2017, pero, en cualquier, caso no solventa ninguno de los problemas que estamos esbozando.

Vamos a adentrarnos en legislatura endemoniada en caso de que no se vaya a repetición de elecciones. La amnistía para los independentistas catalanes es la terapia adecuada, como lo es ya la articulación del Estado en algo que de una vez tenga razonable parecido con el federalismo. Se puede barruntar que no habrá el consenso para hacer ni la una ni lo otro. Las tensiones se incrementarán. La legislatura, salvo sorpresa, será accidentada y corta. Nuevas elecciones y que Dios reparta suerte. La Constitución queda al pairo. Hasta que fenezca por consunción.

Acotación aclarativa.- Patricia Guasp, sedicente liberal, ha dimitido. Deja de ser presidenta de Ciudadanos. Anuncia que regresa a la vida privada. Abandona la política, dice. Precisemos: la política ha dejado en la cuneta a Patricia Guasp, que fue aupada a dirigir, es un suponer, los restos mortales del partido para cerrar el paso a Edmundo Bal. Ciudadanos es un partido extinto. La mallorquina Patricia Guasp no se va por voluntad propia, evacua al hundirse el tinglado que se postuló liberal para fenecer acordando con Vox. No hacía falta que anunciara su adiós.

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