Marga Prohens no las tenía todas consigo el 28M. El voto en clave estatal le dio la victoria en las autonómicas, y desde entonces la flamante presidenta del Govern ha entrado en el Consolat con una obsesión: quedarse como mínimo ocho años. Para ello se propuso mantener a Vox fuera del gabinete. Solo de pensar en tener que desautorizar en público continuamente a sus consellers de ese partido por declaraciones homófobas, racistas o machistas la ponía de los nervios.
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Al imponer a los ultras de derecha a su dócil Llorenç Galmés en el Consell de Mallorca, Prohens se cree a salvo de las embestidas de su socio. Tras cumplir su promesa con el mallorquín medio de la part forana, bonificando el impuesto de Sucesiones, le tocaba el turno a la comunidad educativa.
Prohens forzó a Antoni Vera a salir de su zona de confort y aceptar la conselleria de Educación; ayer entonó el mea culpa ante los sindicatos, que le darán una oportunidad. La presidenta sueña con que no le saquen las camisetas verdes, pero cuatro años son muy largos. Y ya no digamos ocho.