La España ingobernable

Xescu Prats

Xescu Prats

Ni la euforia socialista, comprensible por haber frenado la entrada de la ultraderecha en la gestión del país y porque eran muchos sus simpatizantes que daban por perdido el gobierno, ni la impostada alegría del PP, que barajaba unas encuestas que le otorgaban entre 160 y 165 diputados, quedándose finalmente en unos insuficientes 136, se justificaban en la madrugada del domingo. España, con el resultado de estas disputadísimas elecciones, tiene muchas más posibilidades de quedar bloqueada que de llevar adelante un gobierno con la mínima estabilidad para aprobar presupuestos, leyes, etcétera.

Por mucho que Feijóo se empeñe en intentar formar gobierno, los números no lo soportan de ninguna de las maneras, por una razón muy sencilla: ninguno de los partidos nacionalistas aceptará apoyar un gobierno con el desplomado Vox y, sin los ultraderechistas, no hay opciones para el PP. Sánchez es el único que realmente tiene posibilidades y ya ha demostrado ser un malabarista especialmente dotado, pero hasta él parece incapaz de sostener siete platillos rodando al mismo tiempo (PSOE, Sumar, ERC, EH Bildu, PNV, BNG y Junts).

En definitiva, las elecciones, lejos de aclarar el panorama de la gobernabilidad en el país, nos dejan muchos más interrogantes que los que teníamos previamente y una situación altamente probable de repetición electoral. Para los partidos de Madrid no existe peor maldición política que ver cómo la llave de la gobernabilidad del país queda en manos de Junts, el partido de Puigdemont, que desde su cuartel general belga de Waterloo sigue manejando los hilos y ahora con una capacidad de influencia que difícilmente habría soñado.

No importa que el batacazo nacionalista en Catalunya haya sido de aúpa. ERC ha pasado de ser la primera fuerza política en 2019 a situarse en tercera posición, tras los socialistas, que han experimentado un crecimiento inesperado liderados por Salvador Illa, pasando de 12 a 19 diputados, y Sumar, que, con siete, obtiene los mismos que ERC. Los republicanos catalanes han perdido seis y Junts ha caído otro más, quedando ambos empatados. Hasta al PP le ha ido mucho mejor en Catalunya que en 2019, pasando de dos a seis diputados. Pese a todo, la llave de la gobernabilidad del país la tiene Puigdemont, por lejos que queden los tiempos en que la antigua CiU obtenía 16, 17 y 18 diputados en el Congreso.

Hoy por hoy, no existe un partido político más antisistema que Junts, que recuerda a aquella CUP que tenía la llave de la gobernabilidad en Catalunya y se dedicaba a poner palos en las ruedas a cada movimiento. Parece improbable que el bloque de la izquierda alcance un acuerdo con ellos porque sus condiciones, simplemente para abstenerse en una posible investidura de Sánchez, van a ser leoninas y probablemente inasumibles. También hay que tener presente que, a partir de ahora, todos los partidos van a manejar dos posibles escenarios: el pacto y la repetición electoral. Las negociaciones para el primero, en caso de que no acaben fructificando, condicionarán dramáticamente la segunda vía. Es decir, que, si Pedro Sánchez se muestra dispuesto a superar sus propias líneas rojas para obtener el apoyo de Junts, va a acabar pagándolo caro en las urnas si finalmente no hay pacto y se convocan nuevas elecciones.

Las condiciones de Junts ya sabemos por dónde van a ir y no van a oscilar sobre cuestiones como la red de Rodalíes, a la que aludió ERC en la noche electoral, y otras minucias presupuestarias. Junts casi seguro que va a exigir la amnistía o el indulto para Puigdemont y un referéndum de autodeterminación para los catalanes. Ni siquiera importa que en la actualidad pudiesen perderlo por goleada. Su fuerza consiste en no moverse un ápice de las posiciones mantenidas, mientras ERC se sigue desangrando. Y Sánchez, con la posibilidad real de nuevos comicios en el horizonte, difícilmente cometerá esa torpeza. Sobre todo, cuando ha conseguido la hazaña de darle la vuelta a la tortilla en Catalunya.

Una última reflexión sobre el Partido Popular y la gestión de las expectativas. Feijóo ha cosechado un crecimiento muy relevante, un hito, pero aun así ha perdido la posibilidad de gobernar. Parece poco razonable haber desperdiciado el subidón del primer debate, renunciando a un segundo donde ya se sabía que todos irían a por él y nadie defendería sus posiciones. Y, sobre todo, no se pueden cometer tantos errores de bulto en la comunicación y conceder munición al oponente a diario. Ante la posibilidad de unas segundas elecciones en los próximos meses, no parece que Feijóo pueda superar este resultado y las voces reclamando que sea Ayuso quien le sustituya ya han comenzado a escucharse.

Así las cosas, España parece ahora mismo un país ingobernable. Después de un verano agobiante de calor y de política, que nadie lo dude: seguimos tan en campaña electoral como estábamos el viernes y a saber por cuánto tiempo.

Suscríbete para seguir leyendo