Los votos de Prohens no son eternos

Sánchez podría esgrimir el mismo argumento de Felipe González en 1996: «Nos ha faltado una semana de campaña»

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PP / B. Ramon

Joan Riera

Joan Riera

Y a lo advirtió Tucídides en su De vita et moribus Iulii Agricolae. «Astucia o valor en la guerra, ¿quién preguntará?». El PP llevaba muchos meses labrando el desgaste del Gobierno de coalición. «Socios de Bildu», «que te vote Txapote», «Perro Sanche», «vendepatrias»... Es la estrategia de desgaste de toda la vida. La de Marco Tulio Cicerón para su hermano Quinto. Sembrar dudas sobre la moralidad y la capacidad del adversario es imprescindible para vencer, advertía en su Manual de campaña electoral.

El presidente del Gobierno ha tenido trabajo de sobra al lidiar con las disputas internas de su Ejecutivo gracias a la labor de zapa de una parte de Podemos, la pandemia del Covid y la crisis inflacionista desatada por la guerra de Ucrania. Acordarse de sus adversarios suponía un asunto secundario. Al final, tras la debacle autonómica y municipal, se ha aferrado al valor. Al coraje con el que recuperó la secretaría general tras ser expulsado por los pesos pesados del partido y con el que afrontó la moción de censura contra Rajoy.

En esta convocatoria no está muy claro si ha ganado la astucia o el valor. Aparentemente, la primera de las virtudes aludidas. Ni siquiera está muy claro quién es el verdadero ganador. ¿Se mide por escaños o por votos?, ¿por la mayoría en el Congreso de los diputados o por la capacidad de concitar apoyos a la hora de investir un presidente del Gobierno y sacar adelante las leyes?, ¿por expectativas o por realidades? El tiempo y las negociaciones entre partidos aparentemente antagónicos decidirá. Salvo que un nuevo bloqueo aboque a la repetición electoral tal y como sucedió en los años 2015 y 2019, cuando no se logró una mayoría para investir un presidente del Gobierno.

Cualquier resultado tiene un antecedente. Si Sánchez hubiera ganado en escaños, contra casi todas las encuestas, estaríamos ante una votación a la portuguesa. En 2019, Antonio Costa logró la mayoría absoluta pese a que todos los sondeos anticipaban una derrota clamorosa de los socialistas. Si Feijóo hubiese logrado un triunfo indiscutible podría aferrarse a la sorpresa andaluza de Juanma Moreno, cuando se quitó de encima la pesada carga de Vox. Sánchez tendrá que conformarse con aludir a la que en 1996 se denominó «dulce derrota» de Felipe González. El líder socialista dijo entonces que les había faltado «una semana de campaña electoral». El presidente quizás se aferre ahora a lo mismo.

Los votos prestados. Marga Prohens ha tardado apenas unas semanas en descubrir que el voto va de mano en mano sin detenerse mucho rato en ninguna. La amplia victoria sobre la izquierda, sin dar opción a una mayoría alternativa del 28 de mayo se ha transmutado en un empate en toda regla por lo que se refiere a escaños. Cuatro para la derecha y otros tantos para la izquierda. Tres para el PP, tres para el PSOE, uno para Vox y otro para Sumar Més. En cuanto al número de votos, la brecha entre ambos bandos se ha estrechado en dos meses. La presidenta ya sabe que su mandato no será un camino de rosas. Que la izquierda ha tardado apenas unas semanas en rehacerse del golpe. El mapa municipal de Mallorca que dibujan los resultados de ayer resulta engañoso. Está teñido de azul. Muy alejado del blaugrana que repartió a partes iguales los municipios en 2019. Veinticuatro en los que triunfaban los conservadores y otros tantos para la izquierda. Ayer, el mapa se cubrió de triunfos del PP. ¿Cuál es el matiz? Que las distancias son mucho más cortas que en mayo. Que el añil tira hacia el celeste. Palma es el ejemplo más claro, pero no el único. En la capital los dos principales partidos han quedado distanciados en algo más de tres puntos. Hace menos de sesenta días, los populares arrasaron en Alaró; ahora apenas les han separado dos puntos porcentuales. Los socialistas se han impuesto en cinco municipios; Sumar Més, en tres y en el resto, los populares. Armengol apenas ha triunfado en la península del Llevant -su feudo más fiel- en Pollença y en dos municipios del Raiguer. El empate en el reparto de escaños se fundamenta en que la aplicación de la Ley d’Hont necesita unas diferencias más sustanciales para que los diputados caigan en abundancia del lado del vencedor.

Los antecedentes. Dos referencias para analizar los resultados en los municipios mallorquines. En las elecciones de ámbito estatal, el mapa de triunfos en los municipios se teñía por completo de rojo -del PSOE- y azul -del PP-. Sin embargo, el partido emergente que aún era Podemos logró meter una cuña en algunos pueblos el 11 de noviembre de 2019. Esporles, Santa Maria, Lloret y Vilafranca fueron morados hace cuatro años, antes de que la formación creada por Pablo Iglesias se diluyera en Sumar. Una extinción disimulada, pero conseguida a mayor velocidad que la del Ciudadanos de Albert Rivera, Inés Arrimadas y Patricia Guasp, la mallorquina a la que el destino ha encargado la misión de apagar la luz y cerrar la puerta. En cambio, en las autonómicas de hace cuatro meses, los votantes socialistas se quedaron en casa y propiciaron una amplísima victoria de los populares.

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