Opinión | Oblicuidad
‘El triángulo de la tristeza’, Buñuel para las masas
En el cine de Ruben Östlund, la insatisfacción del espectador redondea la película, fuente de incomodidad porque deja a sus clientes sin asidero. La trampa que tiende el director sueco afincado en Mallorca conduce a un Buñuel para todos los públicos, a la masificación de la amoralidad. En contra de los esfuerzos de sus eruditos, El triángulo de la tristeza no tiene punto de vista, salvo que se trate de los retretes desbordados del yate de lujo y del asombroso destino de la inmigrante filipina encargada de limpiarlos. Porque cualquier persona se halla en condiciones de ser bella, basta con dotarla del poder suficiente.
El triángulo de la tristeza es El ángel exterminador contado a los niños. El recorrido por las frustraciones de la riqueza ha supuesto la segunda película consecutiva de Östlund con Palma de Oro de Cannes después de The square, además de su nominación para los cuatro Oscars fundamentales. Hollywood quiere reeditar el éxito de Parásitos, la maravilla coreana y berlanguiana construida también alrededor de unos retretes desbordados. El director sueco no se somete a los cánones, impone su capricho, otro indicio surrealista. En el increíble duelo dialéctico capitaneado por Woody Harrelson, se intercambian más proverbios marxistas y antimarxistas que en una película de Godard. El sueco disfraza además su audacia de cine de aventuras.
Un espectador previo de la serie The White Lotus contemplará El triángulo de la tristeza desde la experiencia, pero la deconstrucción del turismo es más eficaz en la gran pantalla. Cada escena se cierra sobre sí misma, como si el medio centenar de tomas que exige Östlund bloquearan la continuidad. En el reparto, Harris Dickinson inicia su trayectoria de nuevo Max von Sydow impertérrito, y el fallecimiento de Charlbi Dean interactúa con la ficción hasta alterar la percepción del desenlace.
Östlund se considera inmune a los spoilers por lo que, entreabriendo El triángulo de la tristeza, cabe reconocer que el giro final de la película pasará a la historia del cine. El concurso de la filipina Dolly de Leon es imprescindible, para asestar el bofetón que recuerda que el amor consiste en olvidar el mutuo interés que une a sus practicantes. Los sentimientos no superan todas las barreras. El capital, sí, en esta memorable revisión de El admirable Crichton de J.M. Barrie. La venganza del mayordomo.
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