Una crisis aguda de celo normativo la puede padecer cualquiera. Recientemente, el día en que el hermano de un firme candidato al suicidio estuvo a punto de ser denunciado por —quizás— haberse excedido en una llamada pública de socorro, presencié una muestra de intransigencia conductual.

Una criatura de cinco años me había sacado a pasear. De conversación fluidamente enriquecedora, sorprendía la cantidad de paréntesis cívicos que introducía en su discurso. Como si fuera un juego, iba señalando cada muestra de «cosas mal hechas, según él» observadas en el comportamiento de los adultos.

Saltarse los semáforos en rojo andando, escupir o arrojar papeles a la acera, el patinete abonado a la caza del peatón y otras lindezas, eran evidenciadas en voz alta por el probo infante, hasta el punto que llegó a generarme cierta incomodidad.

El rótulo de la librería Little Rata especializada en libros infantiles, me invitó a introducirlo en su interior. Ese nuevo escenario y la elección final de un interesante ejemplar ilustrado, nos devolvió la armonía, y entretenido, procrastinó su vigilancia urbana.

Su actitud no debe ser casual, el círculo próximo la estará propiciando, ahora bien, desconozco cuanto tiempo será capaz de resistir los ataques que, vicariamente, con su ejemplo de comportamiento, proyecta —no solo sobre él— ese otro entorno adulto más generalizado que, alumbra el camino a adaptadores de canciones infantiles.

La maldad no tiene límite, una de sus variantes más potentes la hallamos cuando se produce ensañada sustituyendo una bondad esperada. Probablemente, las fiestas de cumpleaños sean uno de los momentos de felicidad infantil más repetidos en el planeta. Quién los cumple, ha preparado con ilusión el evento y «entregado», espera oír  a canción —otra vez, probablemente— más cantada de la historia; Cumpleaños feliz.

En Lloseta no fue así. Que te digan «mierda gordo» duele, pero si lo hacen cuando esperas escuchar palabras amables, el dolor aparece amplificado.

Eso lo hemos conocido gracias a que, quienes —impropiamente— insultaban a Izan, a su vez, impropiamente habían introducido en el colegio un teléfono móvil, y de este modo pudieron grabar la humillación. Esa infracción fue providencial para conocer los hechos en profundidad. Sugiero por ello que eliminen el veto telefónico.

Una vez en la palestra, han aflorado varios detalles, entre ellos que: existe una especial capacidad de reacción defensiva «tangencial» del Centro escolar; existe un —bendito, que todo lo aguanta— protocolo; existe —sin obligación, y qué suerte, ya que tenemos un eslabón más, difuminador de responsabilidades— un policía tutor; existe el EMUME de la Guardia Civil que —menos mal— investigará los hechos; existe una ministra que «sin presión alguna» se ha pronunciado. Y no recuerdo si lo he escrito y me da pereza releer, pero el protocolo es el protocolo. Finalmente, el hermano de la víctima no será denunciado.

En mayo se cumplieron sesenta años del Happy Birthday que le cantó Marilyn Monroe a John Fitzgerald Kennedy, ambos debieron sentirse muy felices, aunque sus vidas acabaron trágicamente. A Izan, le debe quedar mucha vida por delante, aunque no fue feliz cuando unos compañeros «desafinando» versionaron concienzudamente el Cumpleaños Feliz. Esos arreglos musicales le hicieron mucho daño, tal vez puedan reconvertirse beneficiosamente, tanto para él como para otras muchas víctimas de acoso escolar. Han conseguido finalmente colmar de atenciones al niño y nuevamente, exponer la gravedad del problema.

No solo las muestras de apoyo recibidas que le deben haber reforzado, sino el blindaje que le va a suponer el nuevo escenario, ante otros «desafinadores» que aparecerán a lo largo de su vida.

Estoy seguro de que nuestro nuevo héroe, orgulloso de sí mismo, paseará a partir de ahora por el patio del colegio con mayor seguridad. La entereza con que aguantó el cántico cruel nos da una idea de su fortaleza mental. Y, ahora sí, en su caso —al menos hasta las próximas elecciones— no habrá más déficit tutelar.

Adenda: Consecuencia del deficitario modelo policial nacional y autonómico, la —magnífica— figura de policía tutor no es obligatoria. La Conselleria coordina con interés —si lo hay— el grado de voluntades municipales. Los policías tutores y el desarrollo de prácticas restaurativas son instrumentos eficaces de prevención y control del acoso escolar. Discrecionalmente había agente tutor en Lloseta. Demasiados municipios de nuestra Comunidad no pueden decir lo mismo. Otro tema —más— pendiente de implementar simétricamente.