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Fernando Toll-Messía

Que no nos persiga el karma

Putin, con una señal de prohibido en una calle de Leópolis (Ucrania). EFE / Miguel Gutiérrez

La resistencia occidental en torno a Ucrania se está resquebrajando. En el mes de marzo elogiaba la respuesta de la Comisión Europea a la salvaje invasión por parte de uno de los asesinos de masas más importantes y degenerados de la historia: Vladimir Putin. Ahora no puedo hacerlo y las razones son obvias.

La cuestión puede defenderse desde diferentes puntos de vista y todos tienen parte de razón. Pero hay que estar muy atento a los matices y al karma.

Kissinguer, Macron, Dragui y Olaf Sholz, entre otros, abogan por que Ucrania haga terribles sacrificios y se siente a negociar con Putin cuando está a punto de consolidar la total ocupación del Dombás (Donetsk y Lugansk). Este argumento está abriendo grietas en nuestra anterior posición común de defender a Ucrania a ultranza.

La cuestión es que no habría nada que negociar salvo la entrega de facto de ciento veinte mil kilómetros de territorio ucraniano que pasaría a manos rusas incluyendo Mariupol, Jersón y probablemente Zaporiyia, próximo objetivo de Putin. Por lo que se haría con el mar de Azov y «compartiría» el mar Negro con Ucrania. Es decir, una cabeza de puente perfecta para dentro de dos años arrasar y ocupar el resto de Ucrania. Lo que han sido incapaces de hacer en tres meses y medio de guerra a pesar de que el presupuesto ruso en defensa es diez veces superior al ucraniano. Pues vaya mierda de ejército.

El argumentario explícito de los líderes europeos es la hambruna que se extenderá por África si no se da salida a los veinte millones de toneladas de grano retenidas en los puertos ucranianos. Los matices son otros. Putin utiliza los cereales como arma de guerra y los retiene consciente de las muertes indirectas que puede producir en el resto del mundo si no le les dan salida. Por eso atacó Jerson y Mariupol desde el inicio de la guerra. Para hacerse con los puertos. Con Odesa no pudo. Formaba parte de su planificada estrategia. Y también previó que la solidaridad occidental se derrumbaría por el transcurso del tiempo. Porque aquí somos muy solidarios hasta que nos tocan el bolsillo. Hasta la prensa está aburrida de la guerra.

Los matices son que está sacando barcos cargados de trigo robado a Ucrania y vendiéndolos en Siria; destinando otros cargamentos a Crimea y a Rusia; que han robado cosechadoras John Deere de agricultores ucranianos por importe de cinco millones de euros y que han robado el acero ucraniano y lo envían a Rusia. Para eso atacó Mariupol y Azovstal.

El argumentario no explicitado por aquellos líderes es que las sanciones a Rusia no están funcionando como esperaban porque el embargo al carbón es un chiste en términos económicos y el de los dos tercios de petróleo ruso que se envían por barco sigue siendo insuficiente. El caballo de batalla está en el gas ruso y esta cuestión no está en la agenda de la Comisión Europea. Pero es el grueso que financia la guerra de Putin. Lo que tampoco explican es que como consecuencia de las sanciones a Rusia el PIB comunitario va a caer cuatro puntos, que en varios países europeos hay elecciones en dos años y que nadie quiere presentarse con la inflación tan alta. La inflación es una trituradora de gobiernos. Si a un político le aterra un escándalo sexual, no les cuento el miedo que les da la inflación.

Estados Unidos está haciendo el negocio del siglo. Está incrementando la venta de petróleo y gas licuado a Europa y su industria armamentística está a pleno rendimiento. El compromiso de la OTAN de llegar al dos por ciento del PIB de sus países miembros en inversión en armamento es una magnífica noticia para Biden. Aun así, el americano no quiere hacer llegar a Ucrania los suficientes lanzadores de misiles HIMARS para que las tropas ucranianas se defiendan de la artillería rusa. Las tácticas de guerra rusas han cambiado. Ya no envían inmensas columnas de tanques e infantería que eran masacradas por los ucranianos usando los javelin y otras ramas occidentales. Ahora bombardean desde cuarenta kilómetros de distancia y cuando han reducido las ciudades y a sus habitantes a polvo, entran con tanques e infantería. Los ucranianos no pueden repeler esos ataques porque carecen de sistemas HIMARS con los que contraatacar a la artillería rusa. Por tanto, están perdiendo la guerra en el Dombás. Hay quien podría pensar que no entregarles ese armamento es otra medida de presión para sentarse a negociar con Putin antes de que lleguen los datos de inflación del tercer trimestre.

Pero luego está el karma. No sabemos cuántos civiles han muerto en Ucrania porque sencillamente no tienen tiempo para contarlos ni suficientes excavadoras para remover las decenas de miles de casas, escuelas, orfanatos, centros de personas mayores, hospitales, teatros y resto de infraestructuras destruidas. Sólo se sabe que en Mariupol en palabras de su alcalde, fueron asesinados 22 000 civiles. Tampoco sabemos cuántos soldados ucranianos han muerto. Lo que sí sabemos es que los crímenes de guerra rusos son aberrantes y análogos a los cometidos por Hitler y que Vladimir Solovyov, principal propagandista ruso, no se cansa de repetir en prime time en su programa que «no hay que desnazificar Ucrania, sino el mundo en general». Aquí nos suena al tarado de Pulp Fiction. En Estonia, Letonia, Lituania y Polonia están muy asustados. Pero más miedo me da el karma.

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