La situación que estamos viviendo en Occidente en general (particularmente en Europa y especialmente en España), con un déficit público y una deuda pública desbocados, inflación al alza y generalizada subida de precios, se asemeja mucho a una tormenta perfecta, en la que varios factores confluyen en la formación de una situación muy difícil de sobrellevar.

En la mar, ante una tempestad de esas características es importante que el patrón del barco escoja el rumbo adecuado y vaya capeando el oleaje inmediato de la mejor forma posible, en función de las características de la embarcación, claro.

De la misma manera, ahora, en medio de la tormenta desencadenada por la guerra de Ucrania, unida a los restos de la pandemia y de la previa crisis económica, es fundamental que gobiernos y administraciones públicas acierten en el rumbo a tomar y en las medidas que, a corto y cortísimo plazo, deban ir adoptando para hacer frente a las distintas situaciones que se vayan planteando. No cabe duda de que saber diferenciar entre lo que es importante y lo urgente, y dar respuesta adecuada a cada una de las demandas sociales es cuestión crucial en estos momentos en todo el mundo (y en especial, en la Unión Europea). En ese examen de conciencia es imprescindible que el sector público se plantee, también, si su estructura es adecuada a estas necesidades o si es preciso perder «grasa» con el fin de obtener más «músculo» para hacer frente a la crisis, lo que implica prescindir de aquellos entes y organismos cuya actividad tenga poca relevancia en un contexto como el actual y que aporten poco o nada.

De ese diagnóstico -importante/secundario; urgente/aplazable; necesario/innecesario- deben surgir las medidas que se vayan tomando por los distintos gobiernos y administraciones, cada uno en el marco de sus respectivas competencias (cuestión que a menudo es olvidada, dando lugar a duplicidades o a falta de acción). Y en ello estamos estos días, en un frenesí constante de protestas por la subida de precio de la energía y combustibles, a lo que siguen propuestas de los responsables públicos tratando de capear el temporal, para a continuación presentarse otra problemática que se trata de atajar, y así sucesivamente.

Sea como sea, la impresión es que todo el mundo está viéndose superado por las actuales circunstancias, lo que indudablemente se ve agravado por el escaso nivel medio de nuestros dirigentes -a todas las escalas-, y ello induce a no presagiar nada bueno. Esperemos que me equivoque y que la cosa no acabe como en la película The perfect storm de Wolfgang Petersen protagonizada por George Clooney en el año 2000.