Amediados del siglo XIX, en plena revolución industrial, miles de trabajadoras del textil salieron por las calles de Nueva York bajo el lema Pan y rosas para protestar contra las míseras condicionales laborales de las maratonianas jornadas en las fábricas. El episodio, que tuvo lugar el 8 de marzo de 1857, abrió la espita de una sucesión de movilizaciones y sirvió de referencia para fijar tiempo después esa fecha como el Día Internacional de la Mujer. El próximo martes 8 de marzo, las calles volverán a teñirse de morado en todo el mundo y también en Mallorca para luchar contra las injusticias y padecimientos que las mujeres siguen sufriendo aún hoy por su condición de mujeres, en la casa, en la empresa, en el ocio, en la calle... Escucharemos de nuevo voces que gritan «¡Basta ya!» de agresiones, de agravios, de invisibilidad.

La lucha feminista engloba, ya desde entonces, diversas visiones y estrategias con un objetivo común: la igualdad entre hombres y mujeres. Aunque el movimiento ha ido tomando relevancia en los últimos tiempos y su presión ha logrado notables avances en múltiples ámbitos, la desigualdad persiste. Según los últimos datos del INE correspondientes a 2019, la nómina media de las mujeres fue de 21.631 euros, frente a los 24.914 percibidos por los hombres o lo que es lo mismo, por cada cien euros que cobra un hombre, una mujer ingresa 87. Ellas tienen empleos peor remunerados, más temporalidad, menos progresión profesional, más paro… una suma de factores que se pueden y se deben revertir. Queda un largo camino por recorrer, pero cabe reconocer que algunos de los cambios impulsados han hecho descender la brecha salarial al 13,2%, el porcentaje más bajo desde que hay registros. La pandemia puede provocar una regresión en las próximas estadísticas, por las conclusiones avanzadas en estudios sociológicos, aunque se espera que la elevación de salario mínimo, con mayor incidencia en las mujeres, contribuya a compensar los desequilibrios.

La perspectiva de género, introducida de forma transversal en todo asunto que afecte a las personas para avanzar en la igualdad de género, encuentra resistencias en su aplicación incluso entre los convencidos, porque siempre hay otras urgencias que atender, y provoca controversia y rechazo en determinados sectores de la sociedad, espoleados desde posiciones conservadoras, que ven en el apoyo al desfavorecido, en este caso la mujer, un trato de privilegio. Este pensamiento trasladado a la política se articula principalmente a través de la ultraderecha, que llega a exigir la derogación de normas de género como moneda de cambio para el apoyo en la formación de gobiernos. Una fijación enfermiza e inaudita ante la dimensión de los problemas y los retos que afronta la sociedad y que exige todo el potencial humano, también el de las mujeres, para garantizar un futuro mejor.