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Yolanda Román

El valor de la confianza

Están nerviosos los mercados financieros. En los últimos días, las bolsas del mundo han demostrado gran volatilidad debido en parte, según los expertos, a la incertidumbre generada por una potencial respuesta bélica a una eventual ocupación de Ucrania. Visto desde fuera, para quienes no entendemos las complejidades de la realidad bursátil, estos movimientos un tanto histéricos que provocan fuertes caídas un día y recuperaciones históricas al siguiente, vienen a recordar una idea que es importante tener muy presente: la economía tiene aversión a la incertidumbre.

Dicho de otra manera, la confianza es la base de nuestros sistemas económicos y, por tanto, de nuestras sociedades. Es un estado de ánimo y una energía que asegura el funcionamiento del complejo engranaje sobre el que todo se sostiene y que permite el progreso. El mundo funciona porque el comportamiento de los demás es previsible y confiamos unos en otros. En el día a día, realizamos numerosas acciones basadas en la confianza. Conducir por una autovía requiere de una gran confianza compartida. Comprar el pan es todo un ejercicio de confianza mutua que se resuelve en segundos. Nos extienden la barra escogida en la seguridad de que abonaremos acto seguido su importe; o al revés, ofrecemos prestos la moneda o tarjeta en la certeza de que recibiremos a continuación el producto. Enviar un paquete, reservar un alojamiento, hacer un pedido, incluso ir a trabajar es un acto de fe. El dinero, instrumento necesario en casi todas esas interacciones, es pura creencia.

La confianza es también la base de internet y de la economía digital. Ya hemos apuntado aquí que el auge de las criptomonedas, por ejemplo, demuestra una interesante traslación de la confianza de consumidores e inversores a sistemas alternativos basados en procesos tecnológicos. Blockchain, uno de los motores de la digitalización de la economía, es una tecnología para la gestión y validación de la confianza basada en la generación de nuevos consensos. Finalmente, en una economía cada vez más desmaterializada, la inversión en intangibles es mayor y genera nuevas posibilidades de crecimiento económico, como señalaron Haskel y Westalake en su obra Capitalismo sin capital.

La importancia de los intangibles para instituciones, empresas y organizaciones no es nada nuevo. Pero no deja de resultar sorprendente que todo se sostenga sobre algo tan indeterminado y vaporoso como la confianza. Casi un milagro. Tenerlo presente es un buen antídoto contra el pesimismo y sus trampas. Pero también un buen recordatorio de lo importante que es generarla y preservarla.

Esta es una tarea primordial tanto de la política, mediante regulaciones y controles que generen certezas jurídicas, como de la iniciativa privada, máxima interesada en garantizar la seguridad de los consumidores, usuarios y clientes.

También debería ser parte de la conciencia ciudadana, como autorreconocimiento responsable de nuestra contribución personal, pequeña pero imprescindible, a la convivencia, tan sólida y tan frágil.

Sobre esa voluntad consciente se construye la libertad.

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