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Pilar Ruiz Costa

Una ibicenca fuera de Ibiza | Cuando no quede nadie

Apenas dos días después de que Díaz Ayuso dijera en la Sesión de Control al Gobierno que «la homofobia está en la cabeza de la izquierda. La Comunidad de Madrid es segura, abierta y respetuosa», Chueca, el epicentro de las libertades LGTB+ se llenaba de bárbaros al grito de «sidosos fuera de Madrid», «maricas, fuera de nuestros barrios». Lo hacían amparados en la Constitución Española y el derecho de reunión pacífica y sin armas. «El ejercicio de este derecho no necesitará autorización» sino «comunicación previa a la autoridad, que solo podrá prohibirlas cuando existan razones fundadas de alteración del orden público, con peligro para personas o bienes». La policía les incautó palos, bengalas y un puño americano. Los gritos homófobos, xenófobos y machistas tuvieron lugar antes incluso de que arrancara la marcha. Pero continuó.

Me consta el estupor internacional que esta noticia causa. Y me consta porque las imágenes que yo misma fui grabando y publicando en las redes sociales para denunciar lo que sucedía, me las han solicitado innumerables medios españoles, pero también de recónditos rincones del planeta. ¿Alabarán en esos lejanos países nuestra ancha libertad de expresión o se frotarán los ojos viendo la permisividad con la que acompañamos las peores apologías que tanto daño han causado a lo largo de la historia?

Hablar de apologías nos lleva irremediablemente a pensar en Alemania. Allí está prohibida cualquier manifestación que incite al odio, defienda el nazismo o niegue el holocausto. Claro que ellos zanjaron el asunto aquel de la dictadura fascista con el lema ‘Olvido nunca’, bajo la premisa de que el que olvida su historia está condenado a repetirla. Mientras, aquí, la transición se basó en el llamado ‘Pacto del olvido’ que proponía que «no hubiera enjuiciamientos para las personas responsables de los crímenes de la dictadura» como solución mágica a que, enterrado el pasado, la sociedad miraría al futuro. Y a otra cosa, mariposa. Pero esta desmemoria pactada solo sirvió para que a muchos no se les enciendan las alertas cuando ven a estos ‘nostálgicos’, o para que haya quien cree que nada tiene que ver nuestro franquismo y su nazismo. Ya saben: «El lado bueno de la historia». Qué más dará que el golpe de estado que derivó en la guerra civil se ganara gracias a la ayuda de Hitler. Que 9.161 presos españoles fueran enviados a sus campos de concentración y 5.166 perdieran la vida. Que si el código penal alemán castigaba «cualquier acto interpretado como homosexual, incluyendo de intención o pensamiento», aquí se utilizara la ‘Ley de Vagos y Maleantes’ a la que se incorporó el «estado peligroso de la homosexualidad», con penas de privación de libertad y destierro a campos de concentración donde eran objeto de «reeducación y curación de su perversión sexual». Hicieron falta aún 30 años desde la muerte del dictador para que se igualaran los derechos de uniones entre personas, esto es: para que dos personas libres y adultas pudieran contraer matrimonio sin que importe nada más.

La desmemoria como argumento para no abrir heridas que, en realidad, nunca se cerraron, ha resultado en la práctica en que demasiados asuman como verdadera lo que no es más que una versión sesgada de la historia. El estupor internacional que nos ve enalteciendo a dictadores y tiranos, repitiendo hoy sus manifiestos de antaño.

Hablar del nazismo o el franquismo no es remover el pasado, sino el presente de este país y si, quizá, queremos que la historia no se repita… el camino está en todo lo contrario al olvido: la educación.

«La homofobia está en la cabeza de la izquierda», decía Ayuso, ¡qué pena si tiene razón! Pero es que, apenas cuatro días antes de que Chueca se llenara de gritos de «fuera sidosos de Madrid», «se va a acabar, se va a acabar el matrimonio homosexual», el Parlamento europeo votaba medidas para el reconocimiento global de estas uniones del mismo sexo formalizadas en otros Estados alertando del crecimiento de «retórica hostil de políticos electos seguida de oleadas de violencia homófoba y transfóbica». Los eurodiputados del Partido Popular se abstuvieron salvo Isabel Benjumea que votó en contra junto a todos los representantes de Vox.

Y en Chueca estos nuevos nazis crecidos declaraban la guerra contra homosexuales, extranjeros, musulmanes y comunistas. ¿Qué pintaba yo allí, si no soy ninguna de esas cosas? Supongo que tiene que ver con esa creencia de la necesidad de conocer la historia. Con que yo sí recuerdo las palabras del pastor luterano alemán Martin Niemöller que reprochaba a sus conciudadanos la permisividad con la que dejaron entrar el nazismo:

«Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista.

Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío.

Luego vinieron por mí… pero ya no quedaba nadie para hablar por mí».

@otropostdata

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